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Otro cuento de Navidad

El medio es tan agobiante que resulta casi imposible obviarlo. Las costumbres impuestas por la apisonadora cristiana, en sus diversas ramas, encontraron un aliado necesario en el capitalismo que nos invita, para elevar ganancias, a un derroche consumista de corto recorrido: mucho en poco tiempo. Olentzero, reyes de Oriente, Papa Noel, luces de neón, lotería, inocentes, música celestial… Parafernalias sin sentido para alimentar lo que no somos.
En tiempos pasados, las costumbres, a las que apelaban entonces los dirigentes eclesiásticos, animaban a poner un pobre en la mesa del rico y, de esa forma, hacer más humana la Navidad. Quizás por eso de que los pobres lo eran de solemnidad, las ayudas sociales no existían y la fuente actual de la marginalidad, la emigración, aún estaba por llegar, la propuesta se extendía a todo aquel que tuviera un aparador más o menos repleto para la ocasión.
¡Ponga un pobre en su mesa!, habría dicho el eslogan y aplaque de esa manera, añadiríamos los críticos, su mala conciencia cristiana. Y de paso haga frente a las teorías izquierdistas igualitarias. Caridad, no justicia. Porque como bien sabrán, la caridad y la justicia son conceptos antagónicos. Una frente a otra. Pero los tiempos han cambiado.
Nunca tuvimos un pobre en nuestra mesa, quizás porque éramos malos cristianos, quizás porque nuestra familia era muy grande y había que recibir a sus miembros de muchas esquinas y las sillas se ocupaban pronto, quizás porque siempre faltaba alguien, lo que redundaba en el desasosiego, quizás porque también éramos pobres. O al menos no nos sobraba más allá de lo que se repartía para la ocasión.
Hoy, los ricos ya no invitan a su mesa a los más pobres. Para ello están los comedores sociales que darán una copita de vino dulce a los pobres de solemnidad. Para ello están las cárceles que acogerán en el Estado español a más de 70.000 delincuentes y presuntos delincuentes a los que, tras la cena, enchufarán la televisión para que asistan a la perorata del último Borbón.
En estos tiempos, los ricos hacen más ostentación que nunca. Como jamás lo hicieron. Alardean de sus yates, se regocijan en televisión en esos programas apologéticos de las villas kilométricas en las que viven, acaparan las portadas de las revistas con sus conquistas sentimentales. También se pavonean con sus últimas adquisiciones, con coches de lujo y chaquetas de lino austral.
Y ellos, precisamente, se han encargado de subrayar la tendencia: la justicia es una quimera, y la caridad de mal gusto. Los pobres sobran, escoria. ¿Qué puede hacer un pobre? Ese gran escritor que es Rubem Fonseca escribió un cuento a cuenta: “El único bien que poseo es mi propia vida, y la única manera de ganar la partida es matar a un rico y seguir vivo”. No siempre es posible. Pero cuando sucede, nadie se rasga las vestiduras.
En la cercanía ya no literaria, recuerdo vagamente a mi madre y a alguna de mis hermanas encerradas en la cocina preparando la cena de autos, entre prisas, y fogones. Y también, en esa interminable noche de humo y mazapán, los susurros por los que faltaban, las conversaciones que nos hurtaban a los más pequeños y, en alguna ocasión, esa llamada de teléfono para el abuelo, desde algún lugar desconocido que sólo los mayores compartían.
Los ausentes han sido, en nuestra tradición, los grandes protagonistas de estas fiestas sin sentido. Quizás sea una gran paradoja, una de nuestras locuras colectivas, pero tengo una impresión bastante anclada en mis convencimientos, que muchas de las celebraciones de estos días, sobre todo la de la víspera navideña, la formalizamos para aquellos que no pueden asistir. Nos resistimos a romper el hilo fino de nuestra existencia colectiva. Y no me refiero a los difuntos.
Somos un pueblo que no ha dejado jamás de tener presos en los últimos cien años. Me dirán que eso no es nuevo. Desde las mazmorras medievales y tal y como nos los contó Foucault, reprimir y castigar es la primera tarea del poder. Añado. Somos un pueblo que en los últimos cien años no ha dejado de tener presos… políticos. Y, también y en consecuencia, aquellos que logaron escapar de jueces y agentes, los que conforman el exilio. Es decir, presos y exiliados. Políticos.
En la actualidad, y según las cifras ofrecidas por los grupos de asistencia penitenciaria, tenemos los vascos un preso por cada 3.500 habitantes. Un exiliado por cada 1.500 habitantes. No conozco semejante proporción en la Europa civilizada, aquella garante de la democracia y la tolerancia, construida por cierto, para deleite de sus elites, los ricos de siempre, puro, anteojo y barriga descomunal.
Estos ausentes han conformado, en la tradición que he podido vivir desde niño, la referencia de la noche que alguna marca de cava ha designado con el apelativo grotesco de “mágica”. Tengo demasiadas dudas en algunos aspectos de la vida, no así en otros. Este último es de los sólidos. En muchos hogares vascos la celebración no lo es por el aniversario de aquel niño judío que nació en un corral y sirvió de marca para una religión, por la vuelta a casa del emigrante o estudiante que saluda a los suyos, ni siquiera por la reproducción bondadosa de ese carbonero que entrando por la chimenea cortaba el pescuezo a los niños que habían sido traviesos.
La falta, la lejanía nos permite pocos espacios. Aprovechamos los escasos que tenemos. Y como hace decenas de años, cuando la noche se extendía al último recodo de nuestra tierra diurna, guardamos lo que más queremos para la intimidad. Y no existe mayor intimidad que la que extraemos en nuestras fuentes solidarias y emocionales. En soledad o acompañados.
Hace ahora un año de la última navidad, de esas celebraciones a las que aludo. En esos días, por primera vez, uno de los nuestros, el mayor, estaba ausente. Por razones de peso. Un juez español le había internado en prisión en una razia que comenzó entonces y aún hoy está inacabada. Vivimos esas fiestas navideñas y estos comentarios anteriores en primera persona.
Sé que en otros hogares y lo siento como el mío, la ausencia se remonta a cinco, diez, veinte, treinta años. José Mari Sagardui y Jon Agirre Agiriano son quizás los más notorios. Pero medio centenar de presos vascos han cumplido ya más de 20 años en prisión. Son los solsticios de invierno, adornados con luces extrañas, ajenas, para los suyos. Cientos, miles de kilómetros de distancia separan el olor a la leña quemada, el sabor de la manzana asada, el tono de la voz de los mayores, el eco del hogar.
Cientos, miles de kilómetros separan la incertidumbre, la ausencia de noticias, la habitación de un color que se repite una y otra vez sin posibilidad de repuesto. Cientos, miles de kilómetros de angustias e interpretaciones porque, ante el silencio, sólo nos queda adaptar una versión. La cercana, la más entusiasta. Esa llama de la esperanza que nunca vamos a dejar que se apague.
De aquella primera navidad con esa ausencia tan cercana, la del hijo, descubrí lo que intuía. Que tenemos un pueblo extraordinario, que nuestros amigos no son de connivencia sino de fidelidad y, sobre todo, que nuestras familias son la sal de la vida. Alguien nos dirá que nos hemos quedado desfasados, que las relaciones del futuro pasan por otras coordenadas. Le regalo ese futuro.
Recuerdo de hace un año el dolor de la ausencia, pero también la alegría de los compañeros, de las compañeras, de hermanos, hijos, primos… esa red tan tupida que nos ha permitido sobrevivir en los tiempos más duros, en especial, a los que se les niega la luz matutina. Recuerdo selectivamente tantas cosas que, en estas fiestas de la hipocresía, lo único que vale la pena es, precisamente, el apego a los míos, a esos que, a pesar de la distancia, ocupan en mi mesa ese lugar que con orgullo me atrevo a pregonar.

Wikileaks. Basque Country o el país de las maravillas

Estamos, nos dicen, ante uno de los escándalos más sonados del siglo XXI, un caso de espionaje para el Departamento de EEUU, una fuente de información para los más ávidos, un juego de mesa para los hackers… en fin, como siempre, depende del cristal desde el que se mire. Cientos de miles de informaciones que embajadas, consulados, servicios secretos, agentes de EEUU han generado en los últimos años.
No tengo ni la menor idea de quién está detrás de Julian Assange y de The Sunshine Press, promotores aparentes de las filtraciones. Pero si conozco la trayectoria informativa del diario que purga, traduce y elige las noticias en castellano referidas al Estado español y, por extensión, a una parte de su territorio actual, el País Vasco, Basque country para los norteamericanos. Ese diario se llama El País, un medio nacido hace años para avalar la transición del franquismo a la democracia parlamentaria. Un medio tremendamente comprometido con los sectores más inmovilistas en relación a la cuestión vasca y, en consecuencia, un medio exageradamente tendencioso a la hora de tratarla.
Por eso, sé, a ciencia cierta, que no vamos a tener en las próximas semanas, revelaciones espectaculares sobre Euskal Herria provenientes de wikileaks o lo que es lo mismo desde El País. Es más, las escasas filtraciones que hasta ahora han aparecido están íntimamente ligadas a los intereses del Gobierno de Zapatero con respecto a la tregua de ETA. Así, supuestamente, los EEUU se interesan por los vascos cuando ETA anuncia un alto el fuego, es decir, como ahora, cuando hay que gestionar un supuesto escenario de paz.
Los que llevamos en este país sabemos, en cambio, que el interés de Washington por la cuestión vasca es permanente y que, las ingerencias, están a la orden del día. El consulado de Bilbao y le embajada de Madrid son fuentes inagotables de informes e impresiones telegráficas. Desde los tiempos en que ETA eran sólo un grupo de estudiantes. De aquellos trabajos de formación de Ekin, antecesora de ETA, aparentemente inofensivos, no nos queda más que el recuerdo y alguna colección incompleta en archivos vascos. Si quieren conocer los originales, al completo, deberán tomar un vuelo a Nueva York.
Yo lo hice una y otra vez hasta que un día me detuvieron. Como lo oyen. Se me llevaron de mi cartera hasta un plano para llegar a la estación de metro donde desapareció en 1956 Jesús Galíndez, el delegado del Gobierno vasco en Nueva York. Me interrogaron en el mismo aeropuerto durante varias horas y créanme cuando les digo que ni una de las preguntas, ni una, tuvo referencia a sucesos de hace menos de 30 años. Galíndez, vascos y servicios secretos, franquismo, fuentes, archivos… Era marzo de 2006 y el interés de sus preguntas no pasaba de 1960.
Hacia un par de años había intentado, sin éxito, rescatar información confidencial sobre el lehendakari Aguirre. Mario Salegi que se refería a la investigación recabada por el ya entones difunto Juan de Dios Unanue, me había abierto la hipótesis de que el lehendakari quizás no hubiera muerto, como oficialmente se certificó, de muerte natural. De Dios Unanue pensaba que su muerte habría sido inducida. Nunca pude profundizar ni en uno ni en otro, ni en Aguirre, ni en Galíndez. EEUU me deportó y fui detenido en Barajas por la Policía española que me dejó en libertad sin cargos.
Un año después tuve la ocasión de reunirme con el lehendakari contemporáneo, Juan José Ibarretxe. Le conté mi mala experiencia americana y le avancé que ya que Jesús Galíndez había sido militante de su partido ponía los datos que yo tenía en su poder. Creo saber qué pasó con su cadáver, donde fue enterrado y qué juez lo identificó. Por tanto no sería nuestro desaparecido más ilustre, ya que estaría muerto pero identificado, en lugar y fecha. Ibarretxe me derivó hacia su partido y ahí concluyó la historia. Algunos temas, tantos años después, aún queman.
No me voy a referir a tiempos pasados, a esa gran traición de Truman y sus seguidores a tantos vascos ingenuos unos y no tanto otros, que colaboraron con el Departamento de Estado en la creencia de que las confidencias servirían para tumbar a Franco. No voy a desarrollar tampoco ese desprecio supino de los secretarios de Estado hacia el lehendakari Aguirre, que había puesto toda la maquinaria de su partido y de su gobierno a favor de una causa imposible.
El Gobierno de Washington y por extensión sus servicios secretos, ejecutivos militares, embajadas y consulados, han trabajado siempre a favor del peor de los escenarios posibles para los vascos. Y si en algún memento de la historia reciente, me refiero a la de los últimos 35 años, ha podido parecer lo contrario, lo ha sido porque EEUU ha utilizado a los vascos para variar la correlación de fuerzas en el Estado español. Siempre a favor de la derecha más recalcitrante, fuera quien fuera el inquilino de la Casa Blanca. Le costó a Xabier Arzalluz comprenderlo, pero también él lo supo.
Creeré algo de esta andanada de filtraciones cuando aparezcan documentos de esos años que he trazado, pero también de épocas más recientes. Andrés Cassinello, aquel general que dijo que prefería la guerra a la Alternativa KAS, había sido formado en EEUU. Jefe de los servicios secretos españoles, hombre clave desde 1975 a 1985 y hoy, no se lo pierdan, presidente de la llamada Asociación para la Defensa de la Transición.
Recordarán, cómo no, que en 1981 un golpe de Estado en Madrid, liderado aparentemente por un guardia civil de apellido Tejero, produjo un retroceso democrático que aún hoy lo estamos pagando. El entornes secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig se negó a condenar el golpe, a todas luces antidemocrático. ¿Nos contarán en wikileaks aquellos entresijos? En 1980 Claire Sterling, ayudante de Alexander Haig, el secretario de Estado, hizo públicas las tesis de la CIA en el informe “La red del terror”, en la que señalaba que todas las organizaciones guerrilleras del planeta tenían su cabeza en Moscú, incluida ETA. Y que los objetivos de la organización vasca los marcaba el KGB y no Txomin Iturbe, como suponíamos. Sterling no estaba en un frenopático sino que ganaba, por decir aquellas sandeces, una porrada de dólares. Sus análisis llegaba a todas las embajadas.
En 1985, Arzalluz y el PNV nos trajeron una comisión de expertos para analizar la cuestión vasca. Su director era Brian Crozier, un facha de tomo y lomo, agente de la CIA. Un escándalo de proporciones enormes. Los resultados se los pueden imaginar. En el referéndum de la OTAN, en 1986, los EEUU intervinieron como si Madrid fuera un estado de la Unión. ¿Recuerdan la entrada de la Policía en la empresa Sokoa y el descubrimiento “accidental” de dos misiles Sam-7 Strela en las mismas fechas?
¿Conocen Echelon, la red de espionaje y análisis para interceptar comunicaciones electrónicas norteamericana que desde 2002 y tras los pactos entre Aznar y Bush se utiliza en la lucha contra ETA? Ya nadie se acuerda pero a cuenta de Echelon me gustaría traer a colación aquellas instalaciones ultra secretas que los americanos mantuvieron en Gorramendi, en Elizondo. Fueron una base del Ejército norteamericano denominada “877 Squadron Warning Control W-6”. Durante 20 años su cometido fue todo un misterio hasta que en 1974 las instalaciones desaparecieron tras ser dinamitadas. Los pocos datos al día de hoy nos llevan a intuir que lo de Gorramendi estuvo relacionado con las comunicaciones, en una época en que todavía no había satélites.
Las preguntas se me agolpan sin orden. ¿Recuerdan la lista antiterrorista que publicó el Departamento de Estado de EEUU, simultánea a la entrada de España en guerra en Iraq, en 2003? ¿Recuerdan la Resolución 1530 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que asegura que ETA fue la causante de los atentados islamistas de Madrid de marzo de 2004?
Si alguno de los papeles de wikileaks que aparecerán en próximas semanas nos desvelaran estos misterios, les juro que me comeré estas letras que acabo de escribir. Mientras, permítanme que siga anclado en la suspicacia. Y es que uno ya tiene sus años.

DRIL, Begoña Urroz y policías infiltrados

El 27 de junio de 1960 el DRIL (Directorio Ibérico de Liberación), colocaba seis bombas: en las dos estaciones de tren de Donostia, en la de Atxuri de Bilbao (dos días después), en la del Norte de Barcelona, en la de Chamartín de Madrid y en el tren correo de Madrid a Barcelona. Hace unos meses ya escribí un artículo citando las certezas de las mismas (Gara, 12 de febrero de 2010). Como es sabido, la niña Begoña Urroz Ibarrola murió con la que explotó en la estación de Amara de Donostia.
Sorprendentemente, y a pesar de la información entonces aportada, han sido numerosos los medios que han seguido sosteniendo la tesis de que ETA, que apenas agrupaba entonces a un grupo de estudiantes, había sido la autora del atentado. La mentira es de la misma magnitud que otras históricas como la del bombardeo de Gernika de 1937, atribuído a las “hordas rojo-separistas”. Nadie ha podido aportar documento alguno que certificara la autoría de ETA. La intoxicación, en cambio, ha sustituido a la información. El rigor informativo español ha alcanzado, en este tema al menos, su nivel más ínfimo.
El DRIL, como ya quedó definido en aquel artículo, nació de la conjunción de voluntades de distintos grupos de refugiados españoles y portugueses residentes en Francia, Bélgica, Cuba y Venezuela. Mi impresión es que la Revolución cubana fue su espejo; incluso el nombre semejante al del Directorio Revolucionario 13 de marzo de José Antonio Echeverría y Eloy Gutiérrez Menoyo.
Quien tenga interés en conocer su trayectoria completa tiene una buena fuente en el trabajo titulado, más o menos, “El DRIL (1959-61). Experiencia única en la oposición al nuevo Estado”. Su autor es D. L. Raby, de la Universidad de Toronto (Canadá). Su fuente principal son los archivos de la PIDE, policía política del dictador Salazar, homónima de la BPS española de Franco. Por lo que cuenta Raby, la PIDE tenía muy buena información sobre los movimientos del DRIL en Cuba y, especialmente, en Bélgica.
La fuente definitiva aún no ha sido hollada. Los archivos policiales sobre el DRIL deberían encontrarse en el Archivo General de la Administración, (AGA), de Alcalá de Henares. No fueron depositados en donde les correspondía. En cambio, a la muerte de Franco fueron trasladados al Archivo Histórico Nacional de Madrid. Quienes han intentado consultarlos, han recibido la negativa por respuesta. Si se conservan intactos, algo que me permito poner en duda por mi larga experiencia en archivos franquistas, las revelaciones servirían para sonrojar a más de uno, si entre los intoxicadores existiera el pudor.
En 1960, el DRIL cometió en el Estado Español 9 atentados con bombas incendiarias, los tres primeros en febrero y el resto en junio. Los comandos que los prepararon habían sido coordinados en Bélgica, desde Bruselas. Tanto la PIDE como la BPS estaban al tanto de sus movimientos. Sobre todo del abastecimiento de armas para sus comandos. Conocían los apellidos de todos sus integrantes, e incluso sus nombres de guerra.
Como ya dejé escrito, las primeras acciones del DRIL lo fueron en Madrid, en febrero de 1960, todas ellas también de la misma manera: una maleta abandonada con explosivos. Los objetivos: el Ayuntamiento, la estatua de Velázquez en el Museo del Prado y la sede de Falange. En una de ellas, la bomba deflagró mientras la manipulaba Ramón Pérez Jurado, que murió en el acto. Su compañero Antonio Abad Donoso fue detenido y otros dos jóvenes, Santiago Martínez Donoso y Justiniano Álvarez, lograron escapar, según la Policía. Antonio Abad fue torturado, juzgado y ejecutado el 8 de marzo de ese año. Santiago Martínez, primo de Antonio Abad, y uno de los dos fugados, trabajaba para la Policía española.
Los objetivos de Madrid, así como las detenciones posteriores, fueron marcados por uno de los integrantes del comando, que, en realidad, era un policía infiltrado. Se trataba de Abderramán Muley Moré, un falangista español que, debido a sus servicios prestados, había llegado a ser guardia personal de Franco. Su hombre en el comando fue el citado Santiago Martínez Donoso.
Muley, según informes internos del propio DRIL, había sido infiltrado por la policía en los grupos anti Batista en los previos a la Revolución Cubana. Llegado a Cuba en 1956 se hizo llamar Manuel Rojas, y, al comienzo, la policía franquista lo utilizó para infiltrarse en los medios monárquicos españoles, entonces en la oposición, que negociaban con Franco la restauración. Tuvo relación, así mismo, con el Directorio Revolucionario cubano.
Con el triunfo de la Revolución cubana, el falso Rojas desapareció para regresar al frente de un grupo republicano español, que en unos meses se integró en el MLE (Movimiento de Liberación Español) que confluyó en la UCE (Unión de Combatientes Españoles). La infiltración fue completada con la del citado Santiago Martínez Donoso, ex guardaespaldas de Batista, depuesto dictador cubano. Ambos viajaron a Francia y levantaron las sospechas del PCE, de la CNT y del PSOE en el exilio, que los denunciaron.
Sin embargo, Martínez Donoso y Abderramán Muley lograron entrar en el grupo armado del DRIL, que pretendía, como el Ché Guevara, alentar la revolución mundial. España, dirigida entonces por Franco, era el objetivo. Los atentados de febrero de Madrid fueron los primeros. Los de junio de 1960, los siguientes. Ambos policías volvieron a preparar los objetivos, junto a un tercer policía español llamado Agustín Parradas Sicilia. Como es sabido, en uno de ellos, en el de Donostia, murió la niña Begoña Urroz. De los al menos doce miembros de los comandos que participaron en la identificación de objetivos y en la colocación de las bombas, al menos tres eran infiltrados policiales.
Abderramán Muley, el agente de la DGS infiltrado en el DRIL, además había sido brazo derecho de Eloy Gutiérrez Menoyo, madrileño de nacimiento y cubano de vecindad. Un buen agente. Casualidad o no, Gutiérrez Menoyo dirigió el Directorio Revolucionario cubano. Su trayectoria desligándose de Fidel Castro es del todo conocida. A comienzos de 1961 huyó a EEUU.
Los amantes de las teorías conspirativas tienen elementos a cruzar con Abderramán Muley. Su alias de Manuel Rojas aparece en un documento de la CIA de 1960, en el dossier del asesinato de J.F.K. Y Rojas, como la mayoría ya habrá imaginado, era el seudónimo de Jesús Galíndez que utilizó para la CIA y el FBI hasta 1956, año de su muerte, cuando precisamente Muley comenzó su infiltración. De cualquiera de las maneras, estas causalidades no prueban más que eso, que probablemente son causalidades.
La mayoría de los autores de los atentados cruzaron la frontera y se refugiaron en Bélgica. Meses más tarde, la policía belga asaltaba una casa en Lieja y detenía a los doce supuestos miembros del DRIL. Inmediatamente el embajador español franquista de Bruselas inició los trámites para su extradición. Los infiltrados fueron liberados de inmediato. En el proceso, los detenidos fueron acusados de tráfico ilegal de armas y explosivos, y de dar muerte a una niña, Begoña Urroz, por la explosión de la bomba de Donostia.
La infiltración policial y las bombas de junio llamaron la atención del PSOE, que desde su órgano de expresión El Socialista (número 6.039, 7 de julio de 1960), atribuyó a intereses de Franco los atentados y la muerte de la niña Begoña Urroz. Según el PSOE, fue el ministerio del Interior español (Gobernación entonces) el que dio noticia de los atentados a todas las agencias extranjeras, cuando lo habitual era taparlos.
José Fernández Vázquez (alias Jorge Soutomaior), jefe del aparato militar del DRIL, reconoció la infiltración desde Venezuela, donde dirigía la organización, y lamentó la muerte de la niña. Él mismo había confeccionado el diseño teórico de los comandos. Admitió la autoría de los atentados para el DRIL. Sus archivos, legados por su familia a instituciones españolas, así lo atestiguan. Hoy se encuentran en Santiago de Compostela, en el Archivo de la Emigración Gallega, y puedo afirmar que cuando los visité hace dos meses, fui el primero que los consultaba.
La lectura que hicieron las organizaciones antifranquistas, clandestinas y en la oposición, sobre los atentados de Madrid, Barcelona, Bilbao y Donosita, instigados por la Policía española, tiene que ver con el acercamiento de los monárquicos alfonsinos hacia los postulados democráticos. No hay que perder de vista que los infiltrados en el DRIL provenían de medios monárquicos en los que también habían estado infiltrados.
El régimen de Franco inventaba una oposición fuertemente armada y ligaba para ello a todos los grupos ilegales. La PIDE llegó a decir que Fidel Castro dirigía el DRIL. Poco menos de dos años después de los atentados del DRIL, la casi totalidad de la oposición franquista sellaba un Pacto contra el dictador, en la localidad alemana de Munich. Franco aprovechó el mismo para declarar en todo el Estado español nada menos que dos años de “estado de excepción”.

Memoricidio

MEMORICIDIO

El cierre de un ciclo político en el País Vasco y la apertura probable de otro nos está llevando, simultáneamente, a un escenario en el que la memoria colectiva se transmuta en uno de los frentes de batalla más intensos. A falta de trincheras, explosiones y minas, la credibilidad de los contendientes depende de la reivindicación de su labor y, para ello, la reescritura de la historia más cercana se hace necesaria. Los unos para reivindicar a los suyos y no ser absorbidos por Troya, los otros para endulzar y justificar su previsible mantenimiento de la tensión.
Tengo la impresión, y perdóneme que lo cite de pasada porque no soy aficionado a las obras de ciencia ficción, que la memoria se va a convertir en una batalla crucial en los próximos años. Sí, soy un poco machacón. El deber debido, el sentido de la vida, el funanbulismo político, serán los argumentos esgrimidos para justificar, como hizo Felipe González, el secuestro del pobre Segundo Marey, o el asesinato de Argala, un acto fanático, como tantos otros, cometido, dicen ahora, por un fantasmagórico militar español a quien la prensa canallesca española esconde bajo el seudónimo de Leónidas. O las torturas por ser, como diría Rodolfo Ares, materia antiterrorista.
La maquinaria del Estado tiene engranajes suficientes como para que el mesiánico Felipe González haga apología del terrorismo dejando entrever que Segundo Marey era culpable (“no se ha investigado lo suficiente su papel en la cooperativa”) y que, en consecuencia, de haber terminado como otras victimas del GAL su muerte no hubiera merecido una sola muestra de cariño. Quizás ni una lágrima. Porque llorar, nos lo dicen los jueces de la Audiencia Nacional, también tiene contenido político.
Oír a Patxi López decir que el GAL es un “fantasma del pasado, juzgado y condenado” es un insulto a la inteligencia. Las adendas a semejante afirmación son numerosas, comenzando porque es mentira que el GAL así como sus antecedentes, haya sido juzgado. Que le pregunten a Ramón Jáuregui, que como Ares con la tortura, enmarcó el GAL dentro de la “lucha antiterrorista”. El fin justifica los medios, cuando está por medio el honor perdido del pueblo de la capa y el tricornio.
En esta línea se debe entender la última andanada memorística del misterioso Leónidas que oculta lo evidente, la implicación del mercenario Jean Pierre Cherid, a sueldo del ministerio español del Interior y su paso como agente de las distintas fases del terrorismo de Estado: OAS, ATE, BVE y GAL. Collares diversos para el mismo perro. En cambio, Arnaldo Otegi fue condenado en 2006 a 15 meses de prisión por participar en un acto en memoria de Argala. El mundo al revés.
El ataque al mensajero es típico tópico hispano. Xabier Makazaga ha escrito el “Manual del torturador español”. Al PP no le molesta el libro. Tampoco que en 28 bibliotecas de la CAV esté al acceso de los lectores. Le molesta, y así lo ha dicho Carmelo Urquijo, que el Ayuntamiento de Basauri, con alcalde del PSOE, lo tenga en su biblioteca municipal. El resto, las otras 27 bibliotecas, no tienen importancia. Sus alcaldes son del PNV, ANV… Interesa el sentido de Estado, la cobertura a la mentira.
La historia se reescribe a ritmo político, como si ambos fueran ramas del mismo tronco. Redacté hace unos meses unas hojas sobre la muerte y manipulación del recuerdo de la niña Begoña Urroz, uno de los actos más escandalosos de engaño de la última década. Una niña que murió bajo la bomba de un comando del DRIL en 1960, cuando ETA aún no existía sino como sueño libertador en la mente de algunos estudiantes.
El comando del DRIL que colocó aquellas bombas en junio de 1960 estaba infiltrado por tres policías españoles. Los archivos lo atestiguan. ¿Alguno de los cientos de creadores de opinión ha ido a comprobarlo? Nadie. Lo que prima es la manipulación, la intencionalidad política de cualquier actividad pasada en función de los réditos que deje en el presente. Hoy, aún sabiendo de la gran mentira que supone la adjudicación de la muerte de aquella niña a ETA, la cantinela es repetida hasta la saciedad. Lo dijo Joseph Goebbels ministro de Propaganda de la Alemania de Hiltler: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.
La desmemoria es parte de la manipulación. Poco después de la muerte de la niña, ocurrió un hecho que hoy nadie recuerda. En marzo de 1961, la Policía y la Guardia Civil ametrallaron un coche en Bolueta en el que suponían viajaban varios jóvenes de ETA. La identidad del fallecido, Javier Batarrita, y la de uno de sus acompañantes, Martín Ballesteros, que resultó herido de gravedad y quedó paralítico de por vida, ambos pertenecientes a conocidas familias franquistas, originó que, como excepción, el propio régimen reconociera su error.
“Es humano errar aunque los yerros tengan a veces tan dolorosas consecuencias”, escribió El Correo, el mismo que hoy celebra falsamente su centenario. Si hubieran sido etarras, el error inexistente. Una decena de policías, inspectores y guardia civiles fueron juzgados por esos hechos y absueltos. La historia también les absolvió porque no hubo un cambio de escenario que hiciera posible la revisión de las atrocidades y salvajadas que cometieron los entonces hombres de bien.
Decía Hegel que la experiencia y la historia nos enseñan, precisamente, que gobernantes y estadistas nunca aprendieron cosa alguna de la historia ni que se comportan de acuerdo con sus lecciones. Y aquí estamos nosotros, añado yo, unos cuantos aficionados, intentándole hacerles ver que vuelven a repetir el mismo error una y mil veces, por no decir que vuelven a repetir la misma atrocidad y memoricidio.
Y hoy, algunos de los descendientes de aquellos que sufrieron el olvido, se han convertido en verdugos de la memoria. En sepultureros no sólo del recuerdo de quienes sembraron las semillas de la dignidad política, sino de sus ideales. Han hecho grande la reflexión de Hegel. Han repetido los errores de quienes forjaron este estado anormal de cosas.
La historia, nuestra historia, de los últimos años no deja de ser una crónica en absoluto compartida. Una gran paradoja. Me llama poderosamente la atención que hombres y mujeres que sufrieron la más brutal represión, vejaciones de por vida y un desprecio total hacia su existencia, hayan caído en el agujero más negro del olvido. Me llama la atención porque aquellos hombres y mujeres, desterrados hoy por razones políticas al saco del olvido, estaban afiliados a formaciones y sindicatos que en nuestros días gestionan administraciones locales, provinciales, incluso supranacionales.
Los suyos los han olvidado y aquellos que apestamos por razones políticas, nosotros por ejemplo, buscamos sus señales, sus rastros en el océano de la memoria, su hilo fino que aún los mantiene vivos. Sin proponerlo, los hemos sumado a nuestra tribu para recuperarlos del desamparo. Hoy nuestra casa es enorme. La de ellos, desde aquel Melitón Manzanas que trabajó para el citado Goebbels desde la Vasconia franquista, humo.
Es un gran memoricidio el que sufre nuestra sociedad. Dirigido por las fuerzas del maligno, ese ser que desde Cánovas, siguiendo con Primo de Rivera, continuando con Franco y Carrero Blanco y deslizándose por el enmascarado Suárez, el ególatra González, el visionario Aznar y el sinsorgo Zapatero, mantiene una línea entre los buenos y los malos. Como si Zaratustra la hubiera diseñado. Los primeros tienen derecho a todo. Los segundos no tenemos derecho a nada. Ni siquiera a la memoria.
Es el memoricidio.
Frente al mismo, nuestra gente. Los de siempre. Los que llenaron las cárceles hace 70 años. Los que murieron frente a un verde pelotón de fusilamiento. Los que colmaron el destierro. Los que volvieron a la cárcel. Ellas y ellos forjan nuestra memoria. Como todas, selectiva, por supuesto. Faltaría más.