La victoria de ETA

La sentencia del Tribunal Supremo contra la proclamación de la candidatura electoral Bildu es toda una declaración de intenciones de la máxima autoridad jurídica que imparte las pautas de la democracia en ese estado que se llama España, “tierra abundante de conejos (Oryctolagus cuniculus)”, a decir de fenicios y romanos.
Cincuenta años después de su nacimiento, ETA está más fuerte que nunca. Lo dice el Supremo.
En los primeros años de su existencia, ETA no pasó de ser una pequeña organización voluntariosa, dirigida por unos cuantos estudiantes que, visto lo que se cocía en el entorno y visto cómo se las gastaba el dictador, tuvo bastante mérito. Logró engatusar a numerosos cuadros que, con el tiempo y sobre todo con la perspectiva de la prisión, emigraron rápidamente hacia tierras cálidas. PSOE, PP, PNV y PCE alojan en su seno algunos de aquellos primeros arrepentidos del cambio.
A principios de los años 70, la organización vasca (término que según el Supremo significa ya sintonía con el terrorismo, algo que no es mi intención), quedó tan huérfana que sólo cuatro marcianos lograron sacarla de su aislamiento. Uno de ellos quería crear un foco guerrillero en Aralar y otro repetir la estrategia de la casbah de Argel.
Argala, a finales de esa década, ya apostó por buscar un vehículo que condujera a la mayoría independentista. El Supremo ha andado en esta cuestión un poco lento, falto de información. Quizás porque ese mismo estado que sustenta el Supremo fue el que pagó para que matarán a Argala, un frío y lluvioso día de diciembre de 1978.
La estrategia independentista de ETA no es de diciembre de 2008, como dice la sentencia del Supremo, sino mucho anterior. Argala pudo ser su teórico, organizativamente, pero la cuestión no es de hace unos días como quien dice. El independentismo de los vascos es una cuestión que se remonta a épocas tan pasadas que su recuerdo es casi nebulosa.
Y lo cuento con conocimiento de causa porque hace un mes me tocó exponerlo en un cursillo celebrado en Azkoitia en el que los dirigentes del PNV y Hamaikak Bat eran mayoría: el independentismo político nace en nuestro país con Larramendi, que por cierto era confesor de la reina española. Quizás por eso, porque conocía los secretos de la monarquía hispana, el bueno de Larramendi fue el primero que planteó abiertamente en 1750, más o menos, la independencia política de nuestro país.
Profanen su tumba que igual se lo merece. Murió con un trozo de chocolate debajo de su almohada y por eso el Vaticano dudó durante una semana si darle permiso para enterrarlo en santo. Ya se sabe que, entonces, el chocolate estaba prohibido por los herederos de San Pedro, por su valor afrodisíaco. Y se me había olvidado comentarlo, aunque ya lo habrán adivinado, Larramendi, el último pre-político vasco, era presbítero. Ya lo dijo el estrambótico Álvaro Baeza: ETA nació en un seminario.
Luego llegaron independentistas de renombre, como Xaho, Pedro Egaña, Sabino Arana, Francisco Ulacia, Eli Gallastegi… hasta algún que otro socialista. José Madinabeitia (PSOE) escribió en El Liberal del 7 de noviembre de 1918: “Que la nación vasca existe, nos lo dicen todos los hombres de ciencia. Somos una raza definida. Tenemos un idioma propio; costumbres y leyes propias. Somos una nación, la nación vasca. A la nación vasca le hace falta regirse por sus propias leyes; necesitamos crear el Estado vasco”.
Etarras de tomo y lomo.
En los años 80, el Estado puso en marcha todo lo que estuvo a su alcance. Una maquinaria impresionante. Guerra sucia, con la implicación de todo su aparato civil de Interior. Guerra convencional: compró el último grito en tecnología contrainsurgente. Cárceles de exterminio. Pagó miles de millones a Francia para que expulsara, deportará y extraditara a los refugiados. Con dinero llegó hasta el corazón de Ajuriaenea. Y fracasó.
Hasta que en la década de los 90, un juez aspirante a ministro, quien sabe si a presidente, y luego a Nóbel de la Paz, se topó con la clave que hasta entonces nadie había reparado. ETA no es sólo su comité ejecutivo, sus comandos, su infraestructura. ETA es más que todo eso. Es un entramado que se ramifica y ramifica hasta el infinito. Una hidra.
Lo supieron y descabezaron AEK, los mismos que organizaron hace unos días la exitosa Korrika. Cerraron Egin y Egunkaria. Mandaron a la cárcel a la dirección de Udalbiltza, poder municipal. Decapitaron el movimiento por la Amnistía. Crucificaron a Batasuna, a Ekin, a decenas de organismos. Ni por esas. En poco tiempo y a pesar de que España puso lo mejor y más caro para acabar con ETA, la organización vasca se había multiplicado por mil. Multiplicación milagrosa, no tanto si como “las reglas de la experiencia común” (expresión del Abogado del Estado), como ya está demostrado, ETA nació en un seminario.
Lo supieron de inmediato los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado: 40.000 etarras estaban siendo investigados por si se colaban en las listas. El Supremo lo utilizó de inmediato. En esta cuestión, dijo, “no hay que confundir lo subjetivo con lo objetivo”. Y los datos objetivos los presentan esos Cuerpos, precisamente, como bien señala el Supremo.
Llegó Bildu, con 3.495 candidatos de los que 815 eran susceptibles de ser elegidos. Candidatos que condenaban la violencia de ETA, pero “utilizando ante el terrorismo la misma prosa elíptica y perifrástica de Sortu”. Los “independientes”, según el Supremo, son sedicentes, es decir fingidos. También lo percibió el Fiscal General y el Abogado del Estado. Demasiado obvio.
El Supremo lo ha manifestado nítidamente: “las condenas de la violencia han sido incluso recomendadas por ETA”. Es la paradoja explicada. Un etarra que se inmola, que no está de acuerdo con su actividad terrorista. Pero la ejecuta. Reconstruyendo los Lugares Planos de Apolonio, descubriendo el último teorema de Fermat. Hay cuestiones que la mayoría de los mortales jamás comprenderemos. Los sabios nos protegen.
Hasta ahí llegaron. Pero el Supremo dio un paso más. Tenia el resorte adecuado en una disciplina que, dice, llega de EEUU, la llamada “doctrina del levantamiento del velo”. Los accionistas no pueden quedar blindados por la sociedad que componen. Y en este caso, el Supremo, ha sido como un lince. Detrás de la fachada de Bildu, a pesar de EA, de Alternatiba y de los “sedicentes independientes”, se escondían miles de etarras.
Semejante conclusión nos lleva a un escenario notoriamente incierto. España ha fracasado durante 50 años en la aplicación de reglas escritas o no, en la aplicación de estados de excepción y en el endurecimiento de las leyes para acabar con ETA. España ha fracasado en la compra de aliados porque ello ha hecho más fuerte a su enemigo. Hace 50 años, ETA no pasaba de ser una cuadrilla de varias decenas de inmaduros “chavales” y hoy son más de 40.000 jóvenes, adultos y ancianos “terroristas sedicentes”.
Lo peor es que aspiran a convertirse, si no lo son ya, en un Ejército convencional, con varios centenares de miles de soldados preparados para la victoria. ¿Quién no estaría preparado para la victoria en la Europa del siglo XXI con tal Armada? ¿Dónde es posible encontrar semejante masa de aguerridos combatientes que, como clones, son mayoría en muchos escenarios de la sociedad que los protege?
Un Ejército, además, incrustado en las escuelas, en el deporte, en el sindicalismo, agazapado en la Televisión Pública (ETB) a la que mina sin piedad, con sus propios medios de comunicación, sus cuotas universitarias, una lengua inexpugnable (hasta mal escrita por su dificultad en la sentencia del Supremo), incluso, si España claudicara, un ejército de etarras que puede ser mayoría electoral. O lo que es lo mismo, un sujeto, el etarra, que ganaría, en igualdad de condiciones, un referéndum de autodeterminación.

Post anterior