Nostalgia

La nostalgia es un sentimiento difícil de describir. Quizás algún poeta lo hizo palabra en algún lugar del mundo. Herri mina, en euskara, nos cuenta el dolor de pueblo, o del pueblo. “Siento nostalgia del presente, por ese momento que vivo al instante y ya es sin duda alegres lamentos de mi futuro”, escribió precisamente una poetisa mexicana cuyo nombre ya no recuerdo. El aire se vuelve pesado, el ambiente se cubre de esa melancolía que desprenden las gotas de lluvia en los valles del Urumea y del Bidasoa. Acompasadas como el discurrir de los torrentes que evocan a dos ríos que insuflan de sangre a sus orillas, como las venas del árbol. La madera pegada a la tierra, la hierba con ese olor tan especial que quien la pisa por vez primera jamás percibirá. El lamento de los niños, los gatos huyendo del estruendo de la tormenta, colándose por agujeros diminutos en las puertas centenarias de los caseríos. El galope de las pottokas, abandonadas por el niño que se ha recreado haciendo un castillo con las piedras del camino y ha dejado de ser el pastor que debe, sólo por unas horas. Nostalgia del humo que fluye por la chimenea y huye hacia las estribaciones de Onddi y Adarra, de Larrun y de Lizuniaga, enroscado en la niebla que se niega a abandonar las faldas de su madrina. Noches sin destellos, sombras sin contornos, siluetas de familias apegadas a la vida y a la muerte. Nostalgia de las estaciones, del otoño mecido en el movimiento de la hojarasca que inunda la piedra escondida bajo el musgo. De la primavera que nace con las primeras mariposas, pinpilinpauxas, la palabra más bonita en euskara por votación popular, para sortear colores y pintar veredas con tonos extendidos por millones de algarabías. Del verano que asienta el amor para la eternidad y del invierno que cubre con su manto el tejado de la chabola abandonada al pie del bosque de hayas desnudas. Y, de vez en cuando, el aullido de los lobos en la lejanía. Sostenido, lastimero. Nostalgia de aquella muchacha que recogía agua en la fuente y, por un instante, cruzó su mirada con la tuya y te llenó de zozobra ese corazón expectante. Gritos en casa del herrero, subastas en la feria vecinal, ecos de los cascos de los caballos al trote por la calle empedrada del arrabal. Sabor a miel condimentada con espliego. Latidos en el vientre de la madre, caliente pero oscuro, acogedor pero ajeno. El puchero permanentemente encendido, humeante en las brasas de ayer. Desasosiego y soledad. Una soledad enorme cubierta de lágrimas interminables, saladas como la tempestad. También amistad, confianza. Una ristra de saludos. Nostalgia es, son, recuerdos sobre todo. Grandes descripciones de pequeñas crónicas. Relámpagos en la conciencia. Ternura. Porque la nostalgia se nutre de cientos de tenues estrellas desperdigadas desde el firmamento de aquella casa que dio cobijo a los nuestros.