CUESTION DE AUTOSUFICIENCIA

Ahora que están a punto de cumplirse los dos siglos del incendio y saqueo de Donostia, el recuerdo y estudio de aquella tragedia me lleva a un tema colateral que, con el tiempo, debería convertirse en central: la autonomía financiera de la que más tarde sería capital de Gipuzkoa para sobrevivir a la catástrofe, a pesar de que tuvo todo en su contra. incluidos tres estados que la atenazaron en un plazo de siete años: Francia, Gran Bretaña y España.
No por ser un tema trillado las interpretaciones que circulan por uno y otro lado son, desde mi humilde punto de vista, las correctas. Tal y como ha trascendido, el Ejército español se ha ofrecido para participar en las que tendrán lugar en 2013, tal y como lo hizo en las de 1963, junto a las tropas de Portugal, Francia y España. La guerra y su recuerdo es, por lo visto, un tema de especialistas. En algún despacho, supongo, entenderán un día que el honor de un estado no vale lo que una sola víctima ajena a los intereses militares.
Tres generales sellaron el incendio, el saqueo, la violación y el asesinato de los donostiarras en 1813. Un español, un vasco y un inglés: Castaños, Álava y Weslley, el primero duque de Bailén, el segundo caballero de San Hermenegildo y el tercero, probablemente el más conocido, duque de Wellington. Los tres condenaron a Donostia a la eternidad y los tres ahogaron su destino.
Ciudad floreciente, emprendedora y, gracias al corso, al contrabando y al monopolio del cacao, más rica que otras de su entorno. Es evidente que podemos poner todas las apostillas que queramos a la frase anterior. El sudor de muchos para beneficio de pocos, el expolio en Venezuela, entre otros, la insolidaridad con vecinos, etc. Es cierto. Pero también es cierto que su antiguo puerto navarro había sido uno de los primeros en abrirse al mundo.
De los 9.000 vecinos que tenía la ciudad antes de junio de 1813, sólo 300 vivían en ella a fin de ese año, cuando el hambre, el frío y, sobre todo, una terrible epidemia de malaria, consumieron a la población. La Gazeta de Madrid escribió: “De San Sebastián no quedará la memoria de donde estuvo situada”.
La reconstrucción anunciada por un puñado de propietarios, fue sistemáticamente obstruida por los ejércitos español e inglés. Los cinco años de ocupación francesa fueron una ruina que afectó al territorio guipuzcoano durante un siglo. Amenazados con secuestros que se producían con frecuencia, los donostiarras vaciaron sus arcas, privadas y públicas, y vendieron sus terrenos y montes para pagar rescates.
Tras el incendio de agosto de 1813, Donostia pidió a Londres que indemnizará económicamente el daño que había hecho. Ni caso. Cuando España e Inglaterra, tras la derrota napoleónica en Waterloo, impusieron una extraordinaria multa a París, Donostia pidió que parte de esa fortuna que alegró las arcas estatales, sirviera para recuperar lo que le habían robado. Ni caso. Cuando Donostia pidió ayuda económica a Madrid le recordaron que ya no existía.
Más aún, la ciudad con apenas 35 casas ocupadas por el Ejército español e inglés, más otras 600 totalmente consumidas por el fuego, tuvo que seguir pagando sus impuestos. Impuesto de todo tipo, incluido el de una guerra que no existía, por eso de ser ciudad fronteriza. Sus ediles se negaron, fueron insumisos, y por ello, ya en 1814 alguno de ellos fue detenido e internado en prisión.
Parece mentira que la realidad fuera tan injusta. Pero así fue. Los alcaldes Manuel Gogorza y Vicente Michelena, en tiempos diferentes, fueron vilipendiados y amenazados en su autoridad, manu militari. Fueron dos buenos alcaldes, sobre todo el primero, que se enfrentaron a especuladores, iglesia, militares e inspectores llegados de Burgos, que no tenían otro interés en la ciudad que continuar la rapiña.
Cuando la ciudad supo que de semejantes bastiones jamás llegaría la recuperación, promovió sus propios impuestos, en conceptos que rompieron moldes y enfadaron a extranjeros. Y recibieron el apoyo de Gipuzkoa, a través de su Diputación, que se volcó en levantar las ruinas. Sin apoyos ni de Madrid, ni de París, ni de Londres.
Hecho insólito en la historia vasca. Y La Gazeta de Madrid, predecesora del Boletín Oficial del Estado, se tuvo que tragar sus palabras. Porque la ciudad, a través de su entorno baserritarra, de su puerto, de sus arrantzales, de sus comerciantes y, sobre todo, de la solidaridad de los guipuzcoanos, demostró que podía salir adelante. Sin más ayudas que las citadas.
La lectura de futuro de aquella hazaña económica es sencilla. Interesada me dirá alguno de los lectores. Es verdad. La objetividad es lo que se le pide al historiador. Y de hecho creo que la mantengo. Pero no así la neutralidad. Nadie puede ser neutral. Y por tanto, creo que estoy en mi derecho de concluir que si hace 200 años una colectividad vasca pudo sobrevivir y más que eso sin tutelas económicas, hoy, con mejores mimbres, esa colectividad superior que es Euskal Herria está en condiciones de ser autosuficiente, y de ser un estado más de esa vieja Europa.