El retorno de ETA a través de un whatsapp

Cualquier investigación que se precie debe aclarar sus fuentes y seguir un método que otorgue credibilidad al mismo. En los medios serios, pocos por cierto, hace tiempo que circula la máxima que “las afirmaciones extraordinarias necesitan pruebas extraordinarias”.
ETA declaró el cese de su actividad armada de forma rotunda, afirmó que no amenazará el proceso e incluso que no se sentará en una mesa de negociación política. Un hecho extraordinario. Y, sin embargo… la campaña de pruebas que desdicen esa decisión, nada extraordinarias, insustanciales, no hace sino crecer. Para presentar un escenario bélico que justifique una trayectoria. La de la negación de derechos democráticos, origen del conflicto.
El brote de esta evidentemente campaña planificada tiene visos de proceder del CNI (a pesar de que El País edulcoró su posición en un artículo reciente en el que eludía su responsabilidad en la manipulación). El centro que depende de Defensa tiene suficientes influencias para que sus decisiones parezcan surgidas de otros medios. Históricamente ha marcado la estrategia española y no hay indicios de que se haya retirado de su posición hegemónica.
El árbol del que han surgido las ramas de la manipulación ha sido el reciente informe de Europol: “Terrorism situation and trend report. 2013″. A partir de ese estudio supuestamente científico, los medios subordinados han ido creando un imaginario tremendamente débil pero con vocación de eficacia: desplegar la idea de una vuelta al conflicto en parámetros bélicos. El objetivo: ganar a la opinión pública en su posición antidemocrática en un escenario sin ETA. Las recientes detenciones han ahondado en el argumento. Aparato logístico, ergo actividad militar.
Europol, al contrario de lo que imagina la mayoría, no es una policía europea, sino la suma de policías de estados europeos. No es una institución “per se”, con estructuras propias, sino el paraguas que alberga a las europeas. Nació a la sombra de Interpol, a la que no ha sustituido por cierto, después del Tratado de Ámsterdam. En sus primeros pasos, los policías españoles se hicieron, tanto en Europol como en Interpol, con la dirección de sus estructuras antiterroristas con los comisarios Mariano Simancas y Jesús Espigares. Un rápido vistazo a través de los buscadores de Internet confirman su implicación en el conflicto y su paso previo por comisarías vascas.
Recordarán el informe de Europol de 2012, referido al año anterior. En el mismo, la organización europea afirmaba que ETA seguía cobrando el impuesto revolucionario, lo que provocó un escándalo por su mentira manifiesta. Hasta Rodolfo Ares lo desmintió. Europol citó sus fuentes, los diarios derechistas El Mundo y La Razón, fuentes que fueron avaladas por el ministro del Interior español: “cuando lo dicen algo habrá”. Luego se supo que aquella campaña no era sino la de grupos pro-amnistía recabando apoyos en navidades. Pero les daba igual. Ya habían fabricado la mentira y la habían lanzado al ruedo.
Por eso, la credibilidad de Europol es la de la Policía española (civil o militar). Y los informes de la Policía no son objetivos, ni siquiera se acercan a la imparcialidad que se debería exigir a unos cuerpos dependientes del Estado. Desde que ETA anunció el adiós a las armas, agentes, escoltas y mandos han negado la mayor, exigiendo sus pluses y complementos, sus vacaciones anexas y su deber de mantener, también en tiempos de “paz”, la sagrada unidad de España. Hay, en consecuencia, un componente económico y sentimental en sus “respuestas extraordinarias”.
A partir del informe de Europol, las empresas subcontratadas por Interior y Defensa a través de sus fondos reservados, han lanzado la hipótesis en dosis diversas. ETA se prepara para volver a la guerra. Estos días hemos podido leer necedades de lo más variopintas. De una fragilidad manifiesta, pero ya se sabe que España es un país que traga, mayoritariamente, hasta convertir a la Guardia Civil en su institución mejor valorada (según encuestas probablemente también manipuladas).
Por ello, estos días hemos asistido a una retahíla de argumentos acordes con el informe de Europol: rebrote de la kale borroka, entrenamientos conjuntos de ETA y las FARC, malestar por el bloqueo entre sectores de la izquierda abertzale… Nada nuevo. La incontinencia verbal y epistolar no tiene límite. Hasta en forma de whatsapp, enviando anónimamente una supuesta confidencia policial según la cual ETA atentará en junio próximo de manera similar a como lo hizo en la T4.
En los dos últimos juicios celebrados en París contra militantes de ETA, la posición de los antiguos mandos franceses de la lucha antiterrorista, Stephane Duray y Xavière Simeoni, ha ido también en esa línea. Lo de siempre, evitando la referencia a la apuesta vasca unilateral por la paz. Un cuento chino para la Policía francesa, con los pasajes habituales de manipulación, como el de la niña Begoña Urroz, a pesar de las evidencias. Sus fuentes, no lo niegan, las ultras españolas. Las mediáticas. La larga mano de los fondos reservados.
La línea del tiempo es implacable. La memoria, sin ser excepcional, nos lleva a entender el por qué de semejante embate. No hay puntada sin hilo, no hay artículo sin trastienda, no hay avanzadilla mediática sin retaguardia. La guerra sucia que denunciaba ERC y promovida por el CNI contra el independentismo catalán tiene también bases sólidas entre nosotros, en Euskal Herria.
Todas las mesas, excepto las de diseño vanguardista, tienen cuatro patas. Y la de la manipulación avalada por Europol, no iba a ser menor. La primera tiene que ver con la amortiguación de la Conferencia de Aiete. España y Francia, a pesar de la implicación de Pierre Joxe, Jonatham Powell y Kofi Annan en la solución, de la aceptación por parte de ETA de los Principios Mitchel (vías pacificas, desarme y verificación y respeto a la decisión popular), no parecen aceptar una vía como la de Escocia. Necesitan alimentar, en consecuencia, la guerra,
La segunda pata tiene que ver con el desmantelamiento de la que iba a ser Mesa de Oslo. España cerró la puerta a la verificación. “Para eso están las fuerzas de seguridad del Estado” ha repetido incesantemente Madrid. Como si se tratara de un partido de fútbol: uno de los equipos se convierte en árbitro, precisamente el mismo que está falseando el escenario. Gro Harlem Brundtland fue ninguneada.
La tercera está relacionada con el inmovilismo en política penitenciaria y en el reconocimiento de los crímenes de Estado, no únicamente en cuanto a las víctimas mortales, sino también en los temas tan ligados al conflicto como la tortura, dispersión, espionaje… La posición intransigente del Gobierno no es únicamente política, sino también destinada a evitar el destape de otras áreas.
Hasta hoy, Madrid y París han hecho grande la máxima de que “contra ETA todo vale”. De esa manera han justificado la manipulación informativa, la criminalización de todas las organizaciones independentistas, el cierre de diarios, la tortura, las muertes en los controles, los “excesos” policiales, la financiación de los grupos de víctimas como arietes contra los soberanistas. Una lista interminable. Reconocer el cierre de una etapa significa destapar la caja de los horrores.
La cuarta pata es la más reciente. La próxima resolución del Tribunal de Estrasburgo sobre la 196/2006 (Doctrina Parot), planea en la estrategia española. Una forma más de presionar a los magistrados, que ya dieron la razón a Inés del Río, es enfocar el conflicto como bélico y no como de orden civil (no reconocimiento de derechos individuales y colectivos). De esta forma, España intenta asimilar a los presos de ETA con los de Al Qaeda, el fundamentalismo, etc. Con la intención, confesada por otro lado, de que la apuesta independentista lleva intrínseca el gen de la intransigencia. Sabemos que es mentira, pero…
Todo un escenario inmovilizado, condensado en un whatsapp gestionado por un equipo de “pensantes” reunidos en gabinete de crisis. ¡Qué nivel! Con un objetivo manifiesto: romper el inmovilismo pero hacia posturas del pasado, para nadar a favor de la corriente. De su corriente. Así, Madrid y París han alcanzado el nivel más bajo de la acción política, convertir la dialéctica en un ejercicio de venganza. ¡Puf!

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