Elites

A veces tengo la impresión de que los que andamos en el mundo del libro, tanto escritores o críticos como lectores o editores, no somos sino un sector más o menos acotado de una sociedad que se mueve en otros derroteros. De que la mala conciencia general al respecto se salva con una sobrevaloración de todo el mundo editorial en los medios que no se corresponde con la realidad. Soy testigo directo de libros que no han llegado al millar de ejemplares vendidos y que, sin embargo, han tenido más eco mediático que las víctimas de un terremoto en Pakistán o la hambruna en Somalia. Dicen, además, que el 50 por ciento de la población jamás ha leído un libro ni tiene intención de hacerlo. Y contamos en el mercado vasco (euskara, castellano, francés) con cerca de 90.000 novedades anuales a las que prestar atención.

Dentro de este argumento, me sorprende la facilidad con la que creamos mitos sociales que, a la postre, sólo son conocidos de nombre por una élite y con detenimiento por esos cuatro gatos que tocan el tambor. La mayoría sabe de la vida y milagros de Julen Guerrero, Ane Igarteburu, Miguel Indurain o Ainhoa Arteta pero poco o nada de la de, por ejemplo Agustín Xaho.

Y pongo este ejemplo porque me viene como anillo al dedo para concluir la soflama. Jean-François Bladé dijo que Xaho ha sido el mejor mentor que ha tenido jamás al País Vasco. Tiene calles en Baiona y Donibane Lohizune, una placa en Atharratze, una pastoral compuesta por Jean-Michel Bedaxagar… En 1976 Jean-Louis Davant eligió a Agustín Xaho como discurso de entrada en Euskaltzaindia. En fin, reconocido y, teóricamente, conocido. Hasta le han sacado unas camisas con su nombre.

Hace unas semanas fui al fútbol con una de esas camisas en las que aparece la imagen de Xaho. Fue un partido intenso desde el inicio. En el descanso, con la complicidad creada entre los que espoleábamos al equipo de casa, un vecino se me acercó y me inquirió por el nombre del de la camiseta. Le respondí que Xaho. Y acto seguido me preguntó: “Y, ¿en qué equipo juega?â€. Real como la vida misma y como el equipo al que animábamos.

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