Vascolandia

Había una vez un país poblado por vascos al que algunos llamaban Euskadi, otros provincias vascas, los naturales Euskal Herria y los menos, por eso de la cuantía, pays basque-français. No soy muy ducho en política, ni en economía, y menos en ciencias sociales. Me gustan la historia y algo las matemáticas y sé que ya en el siglo XVI, los primeros escritores en lengua vasca que imprentaron sus trabajos tras el descubrimiento de Joahnnes Gutenberg, utilizaron el término de los naturales y, por eso, no entiendo tanto embrollo con la locución.

         No me ha movido a escribir, sin embargo, el debate semántico entre autóctonos y foráneos, sino el recurso al cuento, muy llevado entre los que agrupamos letras y de gran prestigio en la profesión. A un buen cuentista se la abren la mayoría de las puertas, como las del paraíso al Rey. Y por Dios que no deseo llegar a la altura del gran Poe, del incisivo Lovercraf o del vaporoso Rulfo. Ni siquiera de mi predilecto Gogol. Por Dios que no. Mis fines son más humildes y no van más allá del propósito de relatar los últimos episodios de esta hermosísima tierra que es la vasca.

         La analepsis es un recurso literario que conocerán por su significado inglés: flashback. Altera la secuencia cronológica de la historia. Faulkner lo ha usado en sus novelas y quizás recuerden a Eastwood, en La conquista del honor. Pero no aspiro a copiarlos sino a recurrir a su método, gracias Proust, porque el desenlace, no por cierto el del Juicio Final, ya lo conocen de sobra. La felicidad y normalidad, con los reparos existenciales propios del siglo XXI, se ha adueñado de… ¡hum!, como diría sin herir susceptibilidades… se ha adueñado de Vascolandia. Con el permiso del resort Disney que es el que tiene probablemente el copyright.

         Empecemos, pues. Había una vez una pareja muy radiante que gobernaba el reino occidental de Vascolandia. Ella se presentó, como soberana que era, esbelta, con clase y gran sentido del decoro, en un reportaje que un domingo inundó a toda plana los diarios ciudadanos. Abrió las puertas de su palacio de Ajuriaenea y, gracias a su transparencia, pudimos encariñarnos de la primera dama, de sus gustos fantásticos y de su excelente paladar pictórico. Cuando supimos que tras esas puertas no se encerraban los apestados de la antigualla, ese ogro verdoso llamado Shreck y sus importunos amigos, suspiramos aliviados. Estábamos salvados.

         Siguiendo su estela, él surgió unas semanas después en La Feria de las Vanidades (Vanity Fair), espléndida revista que, como la obra de su autor Thackeray, se recrea en la época victoriana, en su ampulosidad y desprecio de lo chabacano. Con delicadeza. Trajeado y con unos cascos de audición, la chimenea acompañaba a una figura tan estilizada como atractiva. ¡Cómo echaba de menos, Dios mío, estos detalles de estima!

         Algún asesor debió recordarle que los tiempos victorianos se fueron, también con acierto, y días después él apareció en Rolling Stone, revista musical de alcurnia, manifestando su admiración por DJ Crack (¿pillan la metáfora?). Simpático, con un saxofón entre las manos, como haría Woddy Allen con su clarinete, y unos calcetines de franjas negras y grises, como las cebras que corretean en libertad por el parque de Amboseli, aquel que encandiló en su día a Hemingway. ¡Qué cordura, por favor, semejante mensaje visual repleto de guiños a la tolerancia!

         Me emocionó de veras recuperar ese estilo que se había perdido. Por fin estamos los vascos en las portadas de las revistas, en los titulares de los periódicos más reconocidos, en boca de las señoras y señoritas más distinguidas que toman su café en taza de porcelana, y no en vaso de plástico como los atorrantes de antaño. Y estamos por la clase de los nuevos dirigentes, por el clima de libertad y consenso que han logrado transmitir en unos solos meses, por sus acertados impulsos políticos, culturales, económicos y sociales. Cuarenta años después, por fin ha concluido la Transición. ¡Ya era hora!

         Somos ciudadanos vascos, con mucho orgullo. Tenemos nuestra particularidad. Y conservamos nuestra lengua, el euskara (vascuence), con dignidad. Eta gai gara para ser bilingües. Ez pentsa gure hizkuntza que no es moderna. Hemos sartu en la modernitatea danok juntos. Elkarrekin, erdaraz hitzegiten duten espaionolek y los vascos que lo hacemos en euskara. Sin traumas. Bai. Pero pensando en el etorkizuna. Horregatik nos preguntamos: What language should our children speak? Not the local language, of course. It´s the past.

         Nuestra economía resurge de sus cenizas. Los brotes verdes son, aquí, capullos a punto de reventar y fertilizar de semillas los campos floreados por millones de abejas que transportan el mensaje más humano de todos: el de la felicidad. ¡Qué chorrada eso que dijo Imre Kertész de que la felicidad no existe después de Auswichtz! Ya sabemos que no hay felicidad completa. Pero sí a ratos y en pequeñas dosis. Como los bombones más exquisitos. Y si no se lo creen vengan y percíbanlo.

         Ésta es una comunidad con tantas infraestructuras, de alta o de baja velocidad, para todos los gustos, que va a ser la envidia de sus vecinos. Con un puerto exterior que, aunque no sirva para nada, va a crear cientos de puestos de trabajo y va a devolver la esperanza a una zona deprimida por una crisis de la que es mejor no hablar porque da mal yu-yu. Y no es que nos tragamos los fábulas primitivas de los pueblos del National Geographic, sino que nos gusta citarlos, por eso de la biodiversidad y el entendimiento de culturas.

         El esfuerzo ha sido sobrehumano, pero ha valido la pena. Hemos tenido que vaciar las arcas para devolver a los grandes banqueros sus beneficios. Y por eso, sugiero que la estatua del Sagrado Corazón, al final de la Gran Vía, sea repuesta con una réplica del Coloso de Rodas. Para que la grandeza del cambio quede para la posteridad. Y que el día de su inauguración sea declarado fiesta regional.

         Aunque, ahora que me doy cuenta… quizás haya sido un tanto atrevido, lo siento señor, sugiriendo en medio de sus preocupaciones. Pensándolo bien, he sido un estúpido. Ya sé que, a pesar de los capullos económicos, del ambiente de sobriedad y la paz existente, hay un problema que le quita el sueño, a usted y a su socio: el nuevo San Mamés. No hemos tenido un problema de semejante envergadura desde los tiempos del anterior jefe de Estado, Franco. Sabrá solventarlo, sin duda, como ha sabido solucionar el de los haraganes radicales, esa minoría que no sabe hacer otras cosa que tocar los cataplines, con perdón.

         Porque, jakin ba dakigu y ozu por la gloria de mi mare (cómo me ponen las transversalidades autonómicas), que estos haraganes se la tienen jurada y no saben hacer otras cosa que destruir, destruir y destruir lo que paciente y sabiamente han creado, casi de la nada, entre usted y sus colegas, con permiso de la familiaridad. Es una boutade eso de enseñar la imagen de los casi 800 internados en correccionales. Son fanáticos y con eso está todo dicho. ¿Se le ocurriría a alguien en su sano juicio enseñar los cadáveres descompuestos de las decenas de negros que sucumbieron en el último viaje en patera, de entrevistar a sus depauperadas familias, de buscar causas a la sinrazón? Por supuesto que no. Para eso están las alfombras, como la que aparece en su fotografía de Vanity Fair (bien grande y con un fondo extenso), para echar la mierda bajo ella. ¡Indolentes!

         Qué bien ha resuelto usted el tema de las mayorías. Ya era hora que alguien se hubiera dado cuenta de ello. Los independentistas sobran, como lo han hecho siempre en la historia de España. Los padres de la patria ya nos enseñaron que gentes como Companys, Martí, Bolivar, Aguirre, Rizal o Abd-el-Krim no tienen el derecho a ver las estrellas y deben de reposar bajo tierra. Porque no son demócratas y, permítame el recurso, porque no son demócratas españoles. Ése es precisamente el quid, “demócratas españoles”.

         Y ese el peligro, que alguien lleve el debate a ese punto. Me gusta su estilo. Fuegos de artificio por doquier, de todos los colores, de todos los talantes. Usted sí que sabe, como aquel viejo eslogan de una marca de coñac. Usted sí que sabe. Porque la verdadera cuestión, como la de los soberanistas aquéllos (perdón por la publicidad del coñac), es, precisamente, ésa. ¿Quién es quién?

         En fin, que agito ya el colorín colorado con el final de todos esperados. Soy muy vulgar y previsible. El de ese hermanamiento de Vascolandia con Orlando-Disney, Tierra Mítica y Port-Aventura. Entre los cuatro serán, seremos, poso permanente para esa historia que acaba de comenzar.