La muerte de Piti

Era Jesús Martínez Torres comisario general de Gipuzkoa cuando Ladislao Zabala e Ignacio Iturbide perpetraron siete atentados mortales en el llamado Triángulo de la Muerte (Urnieta, Hernani y Andoain): José Ramón Ansa, Tomás Alba, Felipe Sagarna, Miguel Arbelaiz, Luis Mari Elizondo, Joaquín Antimasbere y Francisco Ansa. Martínez Torres era un destacado torturador en época franquista, como tantos otros policías, y, sin embargo, el PSOE lo ascendió años después a director de la Brigada de Información, ya en Madrid.
Ignacio Iturbide Alkain, Piti, nació en 1949, en el seno de una respetada y estimada familia hernaniarra. La oveja negra. Su condición vino marcada desde joven por sus amistades, en especial la de Jesús Arrondo, Cocoliso, informador policial que provocó en 1974 la muerte de los militantes Roque Méndez y José Luis Mondragón. Cocoliso introdujo a Iturbide en los ambientes policiales.
Trabajó como guardia jurado en Orbegozo de Hernani y también como policía municipal en Amorebieta. Le iba la marcha. Confidencias, informaciones… y acción. En 1978, Iturbide fue condenado por haber incendiado la sede del PCE en Donostia y la del equipo de baloncesto Askatuak. Sus influencias le sacaron de prisión en cinco meses.
Cuando salió de la cárcel se unió a Ladislado Zabala, cinco años más joven que él e hijo de quien fuera vicepresidente de la Diputación guipuzcoana en los años 60. Zabala tenía contactos con jóvenes radicales que hacían de la unidad de España su razón de vivir. Algunos, como Jesús Jiménez Cortázar, Benito Santos, José Luis Jiménez Clavería y Rogelio González Medrano se unieron al grupo. Todos tenían armas.
En 1979, comenzaron a dejar un reguero de sangre. Siete muertes en total, dos heridos graves paralíticos y otros tantos intentos, entre ellos uno contra el alcalde de Hernani. La elección no seguía una secuencia lógica: un concejal, un músico, un gitano… La reivindicación, jamás hecha por los autores materiales de los atentados, en nombre del Batallón Vasco Español (BVE). En una ocasión de la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista).
La actuación a cara descubierta de Piti y sus compañeros y la protección con la que se movían provocaron la indignación ciudadana. Pronto comenzó a circular un dossier con diez nombres posibles de los autores de las muertes, entre ellos el de Piti. El Ayuntamiento de Donostia denunció incluso su impunidad. Martínez Torres fue interpelado. Pero miró a otro lado.
Llegó el fracaso del golpe de Estado de febrero de 1981. La denuncia de la impunidad militar y policial saltó a las calles. Nombres y apellidos circularon con profusión. Martínez Torres quiso salvar su pellejo y a la semana del golpe detuvo a Piti y Zabala y a cuatro de sus compañeros. Martínez Torres fue ascendido, como ha quedado señalado, e Iturbide y Zabala condenados a 231 años de cárcel.
El eco del golpe les llevó a intentar sumarse a la ola patriótica. Antonio Muñoz Perea, abogado de Milans del Bosch, uno de los diseñadores de la asonada, les defendería. Piti se negó a hablar en el juicio, celebrado en 1985, pero acertó a decir que elegía a sus víctimas por considerarlas “separatistas”. Muñoz Perea apoyó su estrategia y pidió la absolución por “miedo insuperable” a los separatistas. El juez determinó que en todas las muertes, Piti fue el autor material. Zabala su compinche.
Iturbide fue internado en la prisión de Zamora. Poco más de diez años después salió de la cárcel. Sin ruido, sin cámaras. Al contrario que otros, mantuvo su identidad. Zabala se ubicaría en Madrid, donde fundó, juntó a Ynestrillas, el grupo Patria Libre. Piti, en cambio, se mantuvo más discreto. Se trasladó a Bilbao y trabajó por su cuenta. Con el cambio de siglo se mudó a un piso en la calle Iparragirre de la capital vizcaina. Hasta ayer, que falleció sin que se hayan aclarado, todavía, esos lazos tan estrechos que han mantenido las redes parapoliciales con las sedes gubernamentales.

El Plan Urkullu

En las últimas semanas hemos recibido señales inequívocas de la puesta en marcha de una especie de propósito combinado cuyo último fin sería la superación de un entorno de crisis económica y política que atenaza nuestro presente. Las señales han partido de la lehendakaritza del Gobierno Autónomo vasco por lo que, con toda la humildad posible, me atreveré a catalogar dicha empresa con un nombre esperado: Plan Urkullu. El nombre de su presidente.
Los predecesores jeltzales de Urkullu tuvieron también su proyecto. El Plan Ardanza fue una estrategia electoral en tiempos del llamado “Espíritu de Arriaga”, el de la comodidad en España. Ardanza fue un hombre gris al que los michelines de su partido movieron a su antojo, siempre mirando a la derecha y al eco de sus palabras en Madrid. Cuando se jubiló le regalaron un teléfono naranja, un negocio multado con 224,3 millones de euros.
El Plan Ibarretxe tenía, en cambio, un sustrato soberanista, a través del reconocimiento del derecho de autodeterminación. No era la música de la izquierda abertzale, pero sí parte de una partitura más extensa. Por eso, la mitad de sus parlamentarios lo apoyó y la otra mitad lo rechazó. Ibarretxe fue ninguneado por su partido, demonizado por la Conferencia Episcopal y amenazado de cárcel por Aznar. Repliegue de filas y abandono del escenario político por parte de su protagonista.
El Plan Urkullu es otra cosa. Ha nacido con matizaciones importantes. El sector que aupó a Ardanza es el mismo que ha dado el apoyo al nuevo lehendakari, por lo que el preámbulo tiene una puerta abierta y otra cerrada. Tras el adiós a las armas de ETA, la línea del PNV recobra el “Espíritu del Arriaga”. Su futuro es constreñido y, por tanto, mantener su estructura pasa por abrir la puerta al constitucionalismo español y cerrarla al soberanismo.
En estos días, el Plan Urkullu ha pasado por el tamiz de la maquilladora. En una comparecencia destinada a los ilusos, el lehendakari ha señalado que no se trata de un proyecto exclusivo, sino una “ilusionante” puesta en escena de lo que ha denominado “Espíritu de Bermeo”, en referencia al auzolan después del incendio. Apropiación del lenguaje para luego tapar las vergüenzas.
El “Espíritu de Bermeo” parece haber sustituido al “Espíritu Rekondo”, aquel alcalde de Hernani que sumó votos gracias al apartheid político pero también a un frente anti Herri Batasuna (de casta le viene al galgo) que unía a todos los “anti” del municipio. Traigo a colación lo de Josean Rekondo porque el ex alcalde fue uno de los extravagantes de su época, de esos que veía detrás de la Mesa Nacional la mano del albanés Enver Hoxha. Era de la escuela de los cuernos y rabo para la disidencia que tantos seguidores había dejado el franquismo.
La estela de Rekondo, olvidada desde que el Departamento de Estado norteamericano confirmó el fin de la Guerra Fría y el inicio de la era Ben Laden, fue recuperada a golpe de pataleta por los ahora compañeros del hernaniarra, vecinos del valle del Oria, Bildarratz, Egibar… Las comparaciones de Bildu con la Stasi de la RDA, el proyecto vietnamita de Ho Chi Min, la América bolivariana de Chávez e incluso con Berlusconi (muy cerca por cierto su partido FI con el PNV en lo económico) nos llevaron de nuevo al esperpento. No hay que olvidar que, poco antes de empezar la campaña, el rescate del “Espíritu de Rekondo” corrió a cargo del propio Urkullu, que comparó los métodos de Bildu con los de Iosif Stalin, el ogro por excelencia del siglo XX, junto a Hitler.
La exposición fallida de los presupuestos para el Gobierno de Gasteiz fue la puesta de largo del Plan Urkullu. Y el lehendakari anticipó que la izquierda abertzale, en este escenario, es el compañero no deseado. Erkoreka avanzó la inoportunidad por el apoyo a la convocatoria de huelga general en esta situación de emergencia social. Urkullu se atrevió a decir lo obvio, con una sinceridad extraña en su entorno: “El modelo social y económico que defiende Bildu es radicalmente diferente al del PNV”.
Tiene razón. El partido jeltzale es un mero gestor del poder económico y, en esa línea, su aspiración es la de mantener su posición frente a otros posibles competidores. Atrás quedaron las peleas jeltzales, muy atrás en el tiempo, por arañar un pedazo de poder. Sólo queda la gestión de ese poder intocable. Ni siquiera pasa por la mente del EBB modificar un ápice del sistema.
Los movimientos de los michelines durante la crisis han sido demasiado notorios, avalando el párrafo anterior. Con Vocento cayendo en picado y como único resto aparente del antiguo e influyente Clan de Neguri, el PNV ha pactado su apoyo a cambio de titulares. En detrimento, por cierto, de su Grupo Noticias al que inyecta a través de sus ex cajas de ahorro (hoy integradas en Kutxabank) y la publicidad de sus instituciones. Con Vocento el PNV juega a la grande, y con el Grupo Noticias a la pequeña.
La gestión tiene diversos escenarios que no escapan a una rápida digestión. Las farmacéuticas son otro de esos sectores que dominan el mundo mundial. Ahí han metido también el morro, con un pata negra como Joseba Aurrekoetxea (EBB) en el consejo de Zeltia donde comparte sueldo espectacular con otros pata negra como José María Bergaretxe (Vocento) y el ex ministro socialista Carlos Solchaga. ¿Se acuerdan del desaparecido Solchaga? Ahí lo tienen, compartiendo sillón, también en otras empresas (CIE Automotive), con antiguos jeltzales. Los acuerdos de la dirección de Onkologikoa de Donostia contratando empresas externas (madrileñas), vayan probablemente en esa dirección. Un nuevo caballo de Troya.
La espantada actual de Kutxabank, destruyendo una media de 40 empleos mensuales desde la integración, es probablemente el paradigma de la apuesta jeltzale. El negocio ruinoso de la compra de BBK de la Caja del Obispado de Córdoba, y la aventura del ladrillo de Kutxa en el Mediterráneo y Madrid está pasando una factura de miles de millones (de euros). Para amortiguar el golpe, el PNV se ha aliado con el Gobierno de Madrid, es decir el PP. El faro del neoliberalismo más salvaje. Y perdonen los superlativos.
La aportación de Iberdrola (Irala), Petronor (Imaz)… a las cajas forales, bastante menor de lo que la mayoría de ustedes suponen, la tapadera de las SPE (Sociedades de Promoción de Empresas), la construcción de la vía para un Tren de Alta Velocidad sin puerta de entrada ni de salida, son pasajes de una película de sumisión al poder real. De ahí esa defensa numantina de una fiscalidad liviana con el poder económico, con los empresarios que llevan sus ingresos a Paraísos Fiscales porque, como todos sabemos, el dinero no tiene patria.
Y lo dijo con la misma y meridiana claridad de Urkullu su colega José Luis Bilbao cuando imploró para no presionar a Iberdrola, acusada de desviar sus ganancias a esos paraísos fiscales, esencia del capitalismo. No hay que tocar la vaca que da leche. Una gallina que da huevos de oro, ¿a quién? ¿Qué beneficios ofrecen al conjunto del país unos cuantos consejos de administración con unos contratos blindados, unas pensiones asombrosas y unas cuentas en las Islas Caimanes?
El Plan Urkullu, tragado por la historia aquel de Ardanza y rechazado por su propia dirección el de Ibarretxe, es el paradigma de la proposición que hace el EBB del PNV a la sociedad vasca. Un plan que mantiene castillos de humo y ofertas presupuestarias a los responsables del desastre. Esos que ustedes y yo, en las noches más horribles de la crisis, imaginamos en las mazmorras de la inquisición. La vida no es sueño, desafortunadamente.
La existencia es muy real, efímera por lo demás y sin posibilidad de apretar el botón “resset” y comenzar de nuevo. Más de 250.000 vascos peninsulares están en el paro. Más de un 40% de los jóvenes que salen de la escuela, de la universidad, no encontrarán trabajo. El derecho constitucional a la vivienda era mentira. La mala gestión de los banqueros y empresarios de pedigrí se cubre. Para eso están los gestores. Los Tíos Tom en un mundo de esclavos. Con puros y angulas si hace falta.
Iñigo Urkullu juró su cargo en Gernika ahora hace poco más de seis meses: “Apal, apalik, Jaungoikoaren eta gizartearen aurrean”. Pronto presentó las líneas maestras de su proyecto. Luego llegaron los presupuestos. Desconozco la reacción de Dios porque desconozco a Dios. Puedo, sin embargo, avanzar algo de lo que transpira nuestra sociedad, capaz de descubrir, a estas alturas, los secretos mejor guardados. Y el primero es el más evidente. La incógnita del Plan Urkullu se resuelve con sencillez: el lehendakari no tiene plan. Es decir, lo de siempre. A peor.

El exilio y la necesidad

El exilio es un concepto universal, histórico, plagado de literatura, de crónicas y de memorias. También de desventuras. En la mayoría de los casos es una experiencia traumática, lejana de aquel mal menor que una vez escribió Pilar Iparragirre para precisar la situación de los deportados vascos. Es el “amigo congelado” que definió Joseba Sarrionandia.
Me provocan melancolía, seña de identidad de las izquierdas frente al cinismo de la derechas (lo dice un pensador conservador como es Daniel Innerarity), las reflexiones sobre el exilio de nuestros antepasados más recientes, las de Vicente Amezaga desde Argentina: “No hago vida de relación, y las horas que el trabajo me deja libres, las paso en mi casa, esperando, esperando siempre”.
Una melancolía fugaz, propia de aquellos que dejaron de leer en el presente y de la que me quiero apartar. El exilio, hoy, es un escenario más en la criminalización de la disidencia. Una batalla en la que Madrid y París encuentran las facilidades de la globalización: la Euroorden, Europol, Eurojust… Poco espacio para la nostalgia.
El primer exiliado vasco de ETA fue Txillardegi, que cruzó la línea fronteriza por Dantxaria y fue recogido al otro lado de la muga por Pierres Xarriton. José Luis acababa de salir de la cárcel de Martutene. Era 1960. Lejos de tiempos más sombríos. Aquello, sin embargo, semejaba a los de la Gestapo.
Fue, sin duda, la primera razón del exilio: evitar la prisión, pero en igual o mayor medida, la tortura. Los métodos policiales en las comisarías eran salvajes. No había ni término medio, ni libros de estilo, ni negación de los malos tratos. La tortura se enseñaba ya en el bachillerato. En los interrogatorios colgaban a los detenidos, les arrancaban las uñas, les golpeaban hasta desfallecer. La tortura fue origen de la huida.
De la misma manera, este primer exilio creo, por extensión, las primeras redes de solidaridad. Así como Xarriton acogió a Txillardegi, miles de solidarios en todo el mundo, en especial en el Estado francés, ampararon a los huidos. Muchos lo pagaron con la cárcel y algunos de ellos, como el bretón Jean Groix, con la vida. En 1995 París celebró un macrojuicio contra 38 bretones por asilar a vascos.
Un año más tarde de lo de Dantxaria, como si el hilo jamás se hubiera destensado, el abogado jeltzale Sabin Barrena pasaba la muga por Irun. Volvía del exilio de la guerra de 1936. No tenía causas pendientes, le habían confirmado en la embajada española de Caracas. Como tantas otras veces, una farsa. La palabra de las autoridades españolas no existe. Barrena fue detenido y condenado a 8 años de cárcel. Coincidió en la prisión de Soria con los primeros detenidos de ETA.
Aquí se encuentra la segunda de las razones del exilio moderno. La generación de 1936 era la de la derrota. Por partida doble. Después de dejar la piel en el camino, aquel Gobierno Vasco republicano creyó en la palabra aliada, en especial en la que emanaba de Washington. Pero como la de Franco, la palabra de Truman era la de un falsario. EEUU dio la espalda a los vascos y a su democracia después de haberlos desnudado y puesto su caudal humano al servicio de la causa anticomunista. Segunda derrota. Sin ella, ETA probablemente no hubiera nacido.
El mito de Ulises nos planteó, desde que existimos, la exigencia del retorno. El exilio es un acto voluntario y, en consecuencia, una necesidad. Un acto voluntario, político, a pesar de esas declaraciones del Parlamento de Gasteiz que nos devuelven al cogollo del conflicto: la negación del mismo y de sus sujetos.
Incluso los judíos resolvieron la ecuación de la necesidad con su retorno a la llamada “tierra prometida”. Un valor que dos mil años después ha servido también para promover guerras santas. No es el nuestro, obviamente. Pero sirve para anclar los mitos. Para centrar la impresión y para marcar enseñanzas.
Es la tercera de las razones. El exiliado huye para seguir aportando su parte en una confrontación en la que, en caso contrario (detención), habría sido inutilizado. La razón política de su lucha, las razones por las que huyó siguen vigentes. La vuelta, su aportación, es el objetivo. Regresar a casa y ser arropado política y socialmente.
Es ese espíritu de Ulises el mismo que animó al lehendakari Agirre en 1937, cuando desde el borde de Euskal Herria, lanzó aquellas frases que quedaron grabadas en toda una generación: “He llegado con las tropas vascas hasta el límite de Euskadi. He permanecido entre ellas admirando el temple de nuestro pueblo, cuyo espíritu jamás será vencido. Y antes de salir de Euskadi…”. El sueño del retorno. Cuando Txillardegi cruzaba la muga hacia el norte, símbolo de una nueva generación, Agirre fallecía en París, símbolo de otra. En medio 23 años.
Sin embargo, aquella primera ruta de contrabandistas aprovechada por los primeros exiliados de ETA no se ha cerrado. No ha tenido un último y aciago episodio como el de Sabin Barrena. Durante más de 50 años, el conflicto ha creado una extensión de territorios en los que los huidos han vuelto a repetir un viaje iniciático. Con una salvedad. En los últimos 50 años el espacio del exilio moderno se ha convertido en el eslabón más visible, junto al de los presos, al que dirigir la represión, incluida la guerra sucia.
La persecución se trasladó más allá del Aturri, y llegó a Francia, México, Venezuela, Uruguay, Ecuador… Policía, diplomáticos, militares y mercenarios han recorrido el mundo a la caza de exiliados vascos, ofreciendo ayudas al desarrollo en el llamado Tercer Mundo, comprando ingenios bélicos, votando a favor de determinados intereses en foros internacionales… todo ello al objeto de romper el exilio vasco y sus redes.
Sería un error identificar la represión con la apertura del espacio Schengen (1985), con el cambio en el equilibrio mundial (Caída del Muro de Berlín, 1989) o con las restricciones de libertades a partir de los atentados fundamentalistas (EEUU, 2001). La determinación represora nos lleva al origen. Aquel paso de muga por Dantxaria tuvo un tercer protagonista, Eneko Irigarai, quien hizo de mugalari con Txillardegi. Irigarai sería detenido por la gendarmería francesa en 1962 y expulsado, junto a Julen Madariaga, a Argelia. Cuando en 1977 se produjo la amnistía, Francia prohibió a Irigarai la estancia en su territorio. Madrid y París sí perciben los sujetos del conflicto.
Las últimas ofensivas contra el exilio vasco provienen del Pacto Antiterrorista del año 2000, antes del 11-S por cierto. Aquella determinación tuvo un objetivo común: la aprobación urgente del espacio judicial europeo (reconocimiento mutuo de las resoluciones judiciales), la tipificación común del delito de terrorismo y la aprobación de la orden de búsqueda y captura (la desaparición de la figura de la extradición). Daría sus frutos en el procedimiento de la Euroorden.
Sé que el espacio y la levedad acogotan en el tintero otras cuestiones. También razones. No quiero, sin embargo, antes de guardar el archivo en mi escritorio, aparcar una reflexión. ¿Exiliado? ¿Refugiado? ¿Desterrado? No tengo títulos, ni galones para preconizar con éxito. No lo pretendo y por ello pongo el tema sobre la mesa.
Me dijeron que el desterrado (al igual que el deportado) era un término histórico, casi medieval. Pero un centenar de vascos fueron deportados en las décadas de los 80 y 90. No eran, precisamente, tiempos de caballeros ni de castillos. El desterrado no existe. Desapareció para la humanidad mientras espera su vuelta.
En cambio, la línea entre exiliado y refugiado parece más tenue. El refugiado es el que participa en el devenir del país que le acoge, sin abandonar su patria. Se puede ser exiliado en México y Venezuela. Se puede ser refugiado en México y Venezuela. Pero no se puede ser, según mi opinión, exiliado en Lapurdi, Bajanavarra o Zuberoa, territorios de la misma patria. Sólo refugiado.
Centenares de hombres y mujeres huyeron por las rutas del contrabando hacia el norte. Huyeron de la tortura, de la detención, porque deseaban participar en el destino de su país. Cambiarlo. Y por eso se refugiaron entre el Aturri y el Bidasoa. Xaho comparó este viaje, hace ya más de 150 años, con una metamorfosis. Y probablemente, a pesar del tiempo, la metáfora sea válida. Camuflados entre piedras, esperando a través de la ventana con Amezaga, el retorno al protagonismo de esa comunidad a la que nunca han dejado de pertenecer.

El lazo azul ya es historia

La Coordinadora de Gesto por la Paz ha decidido bajar la persiana. Dicen que han logrado sus objetivos, porque ha desaparecido la violencia. Casualidades de la vida, y no pretendo ser un aguador, el hecho ha coincidido con el aniversario de la muerte impune (al día de hoy) de Iñigo Cabacas.
La movilización contra la izquierda abertzale tuvo diversos y especiales episodios. Aquella manifestación de octubre de 1978, la de las palomas, produjo una conmoción en la sociedad que salía del franquismo. Mientras que el PNV exigía la paz a ETA porque las competencias autonómicas estaban al llegar, otros ciudadanos eran apaleados en una concentración en recuerdo de los compromisos de varias generaciones.
El secuestro y muerte del ingeniero jefe de Lemoiz (1981), la bomba en el Banco de Bizkaia que causó tres muertos (1983), etc. originaron manifestaciones numerosas en contra de la violencia de ETA. Las últimas de envergadura en recuerdo de Miguel Ángel Blanco (1997). Es evidente que la contestación social a ETA ha existido, también en la calle. Y, como en otras facetas, es notorio que grupos de tendencias distintas (defensa derechos humanos, gentes con profundas creencias religiosas…) lo han hecho de forma sincera.
Ha existido, sin embargo, una apuesta política destinada a combatir la disidencia con el aval de los estados, implicados no lo olvidemos en el conflicto como parte activa, muy activa. Un proyecto demasiado profundo como para creer en la improvisación. Ya avanzado en el Plan Zen.
Los grupos pacifistas apostando el fin de una de las violencias fueron creaciones de laboratorio, muy similares a las surgidas en otros conflictos tanto simultáneos (Irlanda), como recientes (Argelia y Vietnam). Tomaron parte en la agenda política vasca al concluir el GAL (1987) y, en consecuencia, asumir Francia un papel estelar en la represión a los huidos que se refugiaban en su Estado. No sería hasta el fracaso de las Conversaciones de Argel (1989) que estos grupos fueron aupados para ser referencia contra la acción política de la disidencia.
Las primeras organizaciones que surgieron con el apellido de la paz (Asociación de Afectados por la Violencia, Asociación por la Paz…) crearon serias dudas no sólo en el seno de la izquierda abertzale, sino también del PNV. El objetivo era evidente: movilizar a los sectores sociales contrarios a la violencia de ETA para avalar las tesis de los estados. Estados que no eran vistos como estructuralmente opresivos. De hecho, la desaparición de Gesto avala esta tesis. No todas las violencias son iguales y, por tanto, la legítima (legal) sufría un espaldarazo.
La competencia entre los grupos, subvenciones, iniciativas, etc. fue grande. La unanimidad entre sus valedores (PP y PSOE) tenía fisuras. Felipe González gobernaba España bajo la sombra del borbón. Y la oposición de derechas abría la espita de la investigación de algunos detalles de la guerra sucia. Aquellas fisuras estallaron a partir del Foro de Ermua.
Antes, ocurrió un hecho de envergadura. ETA y representantes del Gobierno español se sentaron en Argel. Una Mesa de Conversaciones Políticas, según expresión acordada por ambas partes. La explosión social y electoral de la izquierda abertzale alertó a los físicos y químicos de Moncloa y Ajuriaenea.
El lehendakari Ardanza (PNV) tomó entonces la batuta. El pavor a la pérdida de protagonismo. El Pacto de Ajuriaenea, la manifestación “pacifista” de Bilbao contra las Conversaciones de Argel y… el apoyo decidido a Gesto por la Paz, surgido entre bastidores del PSOE. Un movimiento político que apostaba por la defensa del Estatuto de Autonomía para la CAV y el Amejoramiento Foral para Navarra. Un movimiento creado desde las alturas para el control social, para acreditar la Constitución (española) en tierra vasca. Uno más. Pero en esta ocasión diferente.
Gesto se convirtió en el ariete del Pacto de Ajuriaenea, concebido, como es sabido, como un Pacto Antiterrorista (con la complejidad en el organigrama que conocemos). Algún día habrá que completar las ramas de ese árbol contrainsurgente. Objetivos: deslegitimar la lucha armada, sensibilizar socialmente en el sentido de que la izquierda abertzale carecía de proyecto político y, consecuentemente con lo anterior, reforzar las posiciones de quienes lo sustentaban. Todo ello con grandes dosis de teatralidad.
El proyecto conjunto del Pacto de Ajuriaenea y Gesto era una copia exacta de lo sucedido en Irlanda en la década de los 70. Incluidos los ritmos. Me permitiré viajar un poco más atrás en el tiempo, aunque me tachen de errático, para atreverme a decir que el origen nos lleva a las reflexiones del Pentágono en las áreas de guerrilla en Latinoamérica desde 1960.
Viaje resumido en una sola frase que entonces se hizo célebre: ahogar al bebé en su propia leche. Se trataba de, incidiendo en la paz en abstracto, lograr en la práctica la separación de la sociedad de la dirección política o de las vanguardias de los procesos de liberación. Washington invirtió millones de dólares en esa estrategia que, por cierto, luego se amplió a sectores religiosos.
La comparación con Irlanda se refiere al fracaso de las conversaciones entre el IRA y el entonces el Gobierno laborista inglés de Harold Wilson. Desde la ruptura de la tregua y de las negociaciones, las fuerzas inglesas comenzaron una fuerte ofensiva represiva contra los republicanos en los condados del norte irlandés. Simultáneamente, los medios de comunicación dieron amplitud al movimiento de la paz y de manera consensuada trataron el tema uniformemente.
También a causa del fin de la tregua un sector de la población irlandesa expresó su pesar por volver a una situación de guerra. Y el Sinn Féin Oficial, si me permiten las comparaciones un grupo muy similar a la Euskadiko Ezkerra de Mario Onaindia, era quien mayor beligerancia mostraba contra el Provisional, es decir contra quienes continuaban en la brecha.
Cuando el Movimiento de Mujeres por la Paz, liderado por Betty Willimas y Mairead Corrigan, saltó a las portadas de los diarios y revistas, temas como la presencia permanente de 15.000 soldados, las prisiones de máxima seguridad, la tortura o las acciones paramilitares dejaron de constituir, para los mismos medios, aspectos de la violencia contra la que habían partido en cruzada.
Luego se supo que el movimiento por la paz irlandés había sido concebido por el Gobierno inglés. Gestado en el cuartel general del Ejército en Lispurn para aislar políticamente al IRA de la población de las zonas irlandesas. El Movimiento de Mujeres por La Paz norirlandés llegó incluso a lograr el premio Nóbel de la Paz en 1978.
En Euskal Herria, el mimetismo, como apuntaba, fue total. Al día siguiente de que el Dalai Lama recibiera la noticia de que había sido elegido Nóbel de la Paz y de que el Supremo condenara a los policías que habían matado por torturas a Joxe Arregi a 7 meses de prisión, el PP presentaba una iniciativa en el Parlamento de Gasteiz. Iniciativa que recibió el apoyo de PNV y PSOE. Hoy, quienes (re)escriben la historia nos dicen que el apoyo fue “unánime”. Gesto como Nóbel de la Paz para 1990. No fue así porque Gorbachov se les cruzó en el camino.
El resto de la historia es, precisamente, eso. Historia. El propio Gesto se ha encargado de remarcar, en su disolución, la importancia del relato y de cargar la responsabilidad del conflicto en 50 años a la izquierda abertzale. Un gesto muy propio de Gesto.
Y llama la atención es este relato (construido si tienen interés en la propia página web del grupo ahora disuelto) la sinceridad del mismo. La misma que han tenido al decir que la violencia ha concluido (“Lortu dugu” como lema).
Quiero decir que destaca el alineamiento de su opción y su aportación política al Estado. Y como botón bien vale una muestra. Durante el secuestro de Julio Iglesias Zamora, Gesto, junto a otros colectivos, impulsó el lazo azul, como rechazo a ETA. El mismo que llegó a lucir George Bush (padre). Recordarán que durante el secuestro, dos ciudadanos vascos (Gurutze Iantzi y Xabier Kalparsoro) murieron tras pasar por calabozos policiales. En su relato actual, la trascendencia gestual no recae en la muerte de Gurutze y Xabier sino en los insultos que recibieron algunos miembros de Gesto.
Hoy, los del lazo azul han dicho adiós. Y han comenzado a construir el relato de un supuesto logro: el de la paz. Una paz con las matizaciones que conocemos y otras que llegarán. Una paz, pax, que hace años tildaron de “romana”, más adelante de “americana” y nuestro cercano Frantz Fanon definió, acertadamente, como una “creación de la situación colonial”. Porque la verdadera paz, decía Alfonso Sastre, es “una idea aún subversiva”.

El retorno de ETA a través de un whatsapp

Cualquier investigación que se precie debe aclarar sus fuentes y seguir un método que otorgue credibilidad al mismo. En los medios serios, pocos por cierto, hace tiempo que circula la máxima que “las afirmaciones extraordinarias necesitan pruebas extraordinarias”.
ETA declaró el cese de su actividad armada de forma rotunda, afirmó que no amenazará el proceso e incluso que no se sentará en una mesa de negociación política. Un hecho extraordinario. Y, sin embargo… la campaña de pruebas que desdicen esa decisión, nada extraordinarias, insustanciales, no hace sino crecer. Para presentar un escenario bélico que justifique una trayectoria. La de la negación de derechos democráticos, origen del conflicto.
El brote de esta evidentemente campaña planificada tiene visos de proceder del CNI (a pesar de que El País edulcoró su posición en un artículo reciente en el que eludía su responsabilidad en la manipulación). El centro que depende de Defensa tiene suficientes influencias para que sus decisiones parezcan surgidas de otros medios. Históricamente ha marcado la estrategia española y no hay indicios de que se haya retirado de su posición hegemónica.
El árbol del que han surgido las ramas de la manipulación ha sido el reciente informe de Europol: “Terrorism situation and trend report. 2013″. A partir de ese estudio supuestamente científico, los medios subordinados han ido creando un imaginario tremendamente débil pero con vocación de eficacia: desplegar la idea de una vuelta al conflicto en parámetros bélicos. El objetivo: ganar a la opinión pública en su posición antidemocrática en un escenario sin ETA. Las recientes detenciones han ahondado en el argumento. Aparato logístico, ergo actividad militar.
Europol, al contrario de lo que imagina la mayoría, no es una policía europea, sino la suma de policías de estados europeos. No es una institución “per se”, con estructuras propias, sino el paraguas que alberga a las europeas. Nació a la sombra de Interpol, a la que no ha sustituido por cierto, después del Tratado de Ámsterdam. En sus primeros pasos, los policías españoles se hicieron, tanto en Europol como en Interpol, con la dirección de sus estructuras antiterroristas con los comisarios Mariano Simancas y Jesús Espigares. Un rápido vistazo a través de los buscadores de Internet confirman su implicación en el conflicto y su paso previo por comisarías vascas.
Recordarán el informe de Europol de 2012, referido al año anterior. En el mismo, la organización europea afirmaba que ETA seguía cobrando el impuesto revolucionario, lo que provocó un escándalo por su mentira manifiesta. Hasta Rodolfo Ares lo desmintió. Europol citó sus fuentes, los diarios derechistas El Mundo y La Razón, fuentes que fueron avaladas por el ministro del Interior español: “cuando lo dicen algo habrá”. Luego se supo que aquella campaña no era sino la de grupos pro-amnistía recabando apoyos en navidades. Pero les daba igual. Ya habían fabricado la mentira y la habían lanzado al ruedo.
Por eso, la credibilidad de Europol es la de la Policía española (civil o militar). Y los informes de la Policía no son objetivos, ni siquiera se acercan a la imparcialidad que se debería exigir a unos cuerpos dependientes del Estado. Desde que ETA anunció el adiós a las armas, agentes, escoltas y mandos han negado la mayor, exigiendo sus pluses y complementos, sus vacaciones anexas y su deber de mantener, también en tiempos de “paz”, la sagrada unidad de España. Hay, en consecuencia, un componente económico y sentimental en sus “respuestas extraordinarias”.
A partir del informe de Europol, las empresas subcontratadas por Interior y Defensa a través de sus fondos reservados, han lanzado la hipótesis en dosis diversas. ETA se prepara para volver a la guerra. Estos días hemos podido leer necedades de lo más variopintas. De una fragilidad manifiesta, pero ya se sabe que España es un país que traga, mayoritariamente, hasta convertir a la Guardia Civil en su institución mejor valorada (según encuestas probablemente también manipuladas).
Por ello, estos días hemos asistido a una retahíla de argumentos acordes con el informe de Europol: rebrote de la kale borroka, entrenamientos conjuntos de ETA y las FARC, malestar por el bloqueo entre sectores de la izquierda abertzale… Nada nuevo. La incontinencia verbal y epistolar no tiene límite. Hasta en forma de whatsapp, enviando anónimamente una supuesta confidencia policial según la cual ETA atentará en junio próximo de manera similar a como lo hizo en la T4.
En los dos últimos juicios celebrados en París contra militantes de ETA, la posición de los antiguos mandos franceses de la lucha antiterrorista, Stephane Duray y Xavière Simeoni, ha ido también en esa línea. Lo de siempre, evitando la referencia a la apuesta vasca unilateral por la paz. Un cuento chino para la Policía francesa, con los pasajes habituales de manipulación, como el de la niña Begoña Urroz, a pesar de las evidencias. Sus fuentes, no lo niegan, las ultras españolas. Las mediáticas. La larga mano de los fondos reservados.
La línea del tiempo es implacable. La memoria, sin ser excepcional, nos lleva a entender el por qué de semejante embate. No hay puntada sin hilo, no hay artículo sin trastienda, no hay avanzadilla mediática sin retaguardia. La guerra sucia que denunciaba ERC y promovida por el CNI contra el independentismo catalán tiene también bases sólidas entre nosotros, en Euskal Herria.
Todas las mesas, excepto las de diseño vanguardista, tienen cuatro patas. Y la de la manipulación avalada por Europol, no iba a ser menor. La primera tiene que ver con la amortiguación de la Conferencia de Aiete. España y Francia, a pesar de la implicación de Pierre Joxe, Jonatham Powell y Kofi Annan en la solución, de la aceptación por parte de ETA de los Principios Mitchel (vías pacificas, desarme y verificación y respeto a la decisión popular), no parecen aceptar una vía como la de Escocia. Necesitan alimentar, en consecuencia, la guerra,
La segunda pata tiene que ver con el desmantelamiento de la que iba a ser Mesa de Oslo. España cerró la puerta a la verificación. “Para eso están las fuerzas de seguridad del Estado” ha repetido incesantemente Madrid. Como si se tratara de un partido de fútbol: uno de los equipos se convierte en árbitro, precisamente el mismo que está falseando el escenario. Gro Harlem Brundtland fue ninguneada.
La tercera está relacionada con el inmovilismo en política penitenciaria y en el reconocimiento de los crímenes de Estado, no únicamente en cuanto a las víctimas mortales, sino también en los temas tan ligados al conflicto como la tortura, dispersión, espionaje… La posición intransigente del Gobierno no es únicamente política, sino también destinada a evitar el destape de otras áreas.
Hasta hoy, Madrid y París han hecho grande la máxima de que “contra ETA todo vale”. De esa manera han justificado la manipulación informativa, la criminalización de todas las organizaciones independentistas, el cierre de diarios, la tortura, las muertes en los controles, los “excesos” policiales, la financiación de los grupos de víctimas como arietes contra los soberanistas. Una lista interminable. Reconocer el cierre de una etapa significa destapar la caja de los horrores.
La cuarta pata es la más reciente. La próxima resolución del Tribunal de Estrasburgo sobre la 196/2006 (Doctrina Parot), planea en la estrategia española. Una forma más de presionar a los magistrados, que ya dieron la razón a Inés del Río, es enfocar el conflicto como bélico y no como de orden civil (no reconocimiento de derechos individuales y colectivos). De esta forma, España intenta asimilar a los presos de ETA con los de Al Qaeda, el fundamentalismo, etc. Con la intención, confesada por otro lado, de que la apuesta independentista lleva intrínseca el gen de la intransigencia. Sabemos que es mentira, pero…
Todo un escenario inmovilizado, condensado en un whatsapp gestionado por un equipo de “pensantes” reunidos en gabinete de crisis. ¡Qué nivel! Con un objetivo manifiesto: romper el inmovilismo pero hacia posturas del pasado, para nadar a favor de la corriente. De su corriente. Así, Madrid y París han alcanzado el nivel más bajo de la acción política, convertir la dialéctica en un ejercicio de venganza. ¡Puf!

Memoria identitaria

La noche había cubierto de negro las orillas por las que la humedad de la bruma del Errobi se deslizaba pacientemente. Olía a brezo, salado como las conchas que habíamos vaciado al amanecer. Los soldados del que llamaban Julio César volvían de una expedición desde el sur, decían nuestros informantes, donde habían sofocado una revuelta de esclavos en las minas de Arditurri.
Desde la lejanía sonó el ulular de la lechuza que tuvo eco en la proximidad. La señal. Saltamos de los matorrales con los cuchillos afilados y antes de que los romanos dieran el grito de alarma, los filos se habían colmado de sangre. Silencio sepulcral. Caminamos hasta que el sol amenazó desde el este. Habíamos llevado antes a nuestras mujeres, niños y ancianos desde la orilla del Urdazubi hacia las lomas de Ibardin para evitar venganzas. Nos sentamos al mediodía y celebramos la victoria varias noches hasta que caí en un sueño profundo.
Me desperté en medio de un griterío infernal. Al fondo del valle, entre las gargantas que viraban hacia Luzaide, los guerreros de Carlomagno huían despavoridos entre una lluvia de piedras que rodaban desde las alturas de Orreaga. El cielo escupía con arrogancia su luz, en medio del vuelo circular de los buitres y la mirada atenta de una pareja de quebrantahuesos.
Un joven tostado en su piel y en su ánimo nos repartía flechas envenenadas de hojas de tejo. A mi lado, el odio superaba a la puntería. Los carolingios, con su prepotencia y sus armaduras henchidas de polvareda divina, retornaban al norte, después de haber arrasado nuestra vieja Iruñea. Dentro de las murallas habían violado a nuestras mujeres, saqueado los almacenes repletos para el invierno y arrojado desde las torres de la ciudad a nuestros hijos aún sin destetar.
Sentí un mareo repentino y cuando recuperé la conciencia me encontré descendiendo por unas escaleras hasta lo más profundo del castillo. Guardábamos a los heridos en el fondo, al otro lado del aljibe al que los castellanos habían accedido y atiborrado de sal. Sin agua, apenas resistiríamos unas horas. Calmé el llanto a un muchacho que suspiraba por su hermano al que habíamos visto morir poco antes, tras recibir el impacto de una flecha de ballesta en su pecho.
Anochecía cuando a duras penas logramos izar la bandera blanca como estandarte, sustituyendo a la roja del castillo de Amaiur. Sonaron desde la lejanía del valle trompetas y cuernos. Pero, a pesar del armisticio, todavía lanzarían los enemigos varios golpes de cañón. Al día siguiente, sacaron a los heridos del castillo, los abandonaron junto a la ermita y nos condujeron presos a la cárcel de Pamplona.
Perdí la noción del tiempo en la “ciega”, una celda sin luz donde el día y la noche se confundían entre los gritos de otros presos en el potro de los tormentos hasta que una mañana, desorientado y sin referencias, sentí el olor a salitre en mi semblante. Fuerte y hondo, tanto que azuzó mi voluntad y la de decenas de marinos que retornaban de mares lejanos atestados de bacalao, en Terranova. Volvían para liberar a sus compañeras acusadas de brujería por un inquisidor llegado de Burdeos al que llamaban Pierre Lancre.
Seguí mi camino con Xangarin, recuperado del futuro, hasta las hondas grietas de Zugarramurdi donde sentí una profunda conmoción al saber que, en esta ocasión, llegaba tarde. Niñas y ancianas habían sido condenadas a la hoguera, el peor de los castigos, a ser quemadas en vida porque hacían valer su condición respaldada por cientos de años de saber transmitido por sus madres y abuelas.
Tomé aliento junto a los hayedos de Irati y salté hasta las tierras bajas de Zuberoa, a la sombra de las montañas aún nevadas que escoltaban mi marcha. Junto al cura Bernard, al que conocíamos como Matalaz, me sumé a un ejército de desheredados que se alzó, con cuatro palos y mucha determinación, contra el conde de Iruri. Nos había robado nuestros comunales, subido los impuestos y despojado de nuestras cosechas. Los villanos mataron a Matalaz, pero recuperamos su cuerpo que escondimos y enterramos clandestinamente para recuerdo de las generaciones posteriores.
Recuerdo que perduró hasta que llegaron los iluminados de París y nos prohibieron nuestra lengua, contar las historias de nuestros abuelos y llamar pinpilinpauxa a la mariposa. Deportaron a nuestros padres y madres a las Landas, donde murieron de malaria, porque decían eran igual de salvajes e ignorantes que los del otro lado del Pirineo. No sabían lo que decían.
Esperamos. No demasiado. Hasta que un día alcanzamos la mansión de Munduteguy, el arquitecto de la deportación. Dormía ebrio en su casona de Senpere, después de celebrar las victorias de un tal Napoleón en el lejano Egipto y según dicen también en Prusia. Éramos decenas, cientos probablemente, enfocados con antorchas. Todos tuvimos la oportunidad de clavarle nuestro machete. Nadie sabe aún qué estocada fue la mortal.
Esa noche dormí como no lo había hecho jamás. Sin sobresaltos, hasta que una música militar me desperezó. El calor y la humedad eran terribles. Recogí con fuerza el recuerdo más cercano. Me había sublevado contra el servicio militar por dos veces, convivido junto a los carlistas contra las peseteros. Había luchado contra la subida del pan, contra el acopio del grano de los nuevos jauntxos, en las ferrerías, contra los planes de Zamacola y de Gamazo, en el reparto de tierras de la Ribera.
Ahora, sin embargo, estaba lejos de casa. Había desertado después de un viaje eterno, de ver a decenas de compañeros aspirar su último aliento por la fiebre amarilla para unirme a los insurgentes de José Martí y Antonio Maceo, en Baire. Había compartido con ellos la poesía de la rebelión y el olor a la pólvora de la batalla. El abecedario de la dignidad. Hasta que sentí el sabor dulce de mi propia sangre en un lugar desconocido.
Desperté de mi herida entre estridencias familiares, chillidos de gaviotas argénteas y charranes despistados. En la loma de Triano, refugiado de los embates del Cantábrico por el guardián del Serantes, Perezagua tomaba la palabra para pedir, con fluidez y contundencia, una respuesta a la patronal minera. Era una casucha de madera con el suelo por butaca y la voluntad por pedestal.
Gallarta ardía de enemistad hacia los patronos que nos hacían trabajar 12 horas, que nos pagaban con vales canjeables solo en sus cantinas, que abandonaban el mundo mortal para refugiarse al otro lado de la ría, en villas construidas con el sudor de nuestros hermanos y la congoja de nuestras mujeres. Sentí la emoción de la solidaridad, el calor de la entrega y una fuerza que ni los sables de la Guardia Civil ni los soldados del Garellano podrían detener.
Aquellos monstruos de Neguri volvieron a las andadas y sin siquiera retener el tiempo, me encontré en las trincheras de los Intxortas, rodeado del vigor de una juventud que no paraba de referirme una música que, en otros pentagramas, me resultaba extremadamente conocida. Historias de amor, de decencia y, sobre todo, de audacia. Nadie tenía vergüenza de armar el máuser, de rellenar la recámara de la star. Orgullosos de defender su casa, como Aresti lo captaría más tarde, de la manada de chacales. Hombres y mujeres que, meses después, serían calcinados en Durango y en Gernika.
Salté parapetos con los supervivientes, canté viejas canciones al son de la trikitrixa. Recité versos de Etxaun, nostalgias de Xalbador. Entoné poemas de Lauaxeta y repetí hasta la saciedad el estribillo de la canción del gudari, al paso bajo la luna nueva por las viejas rutas de Larrun, ya no recuerdo si hacia el norte, tampoco si fue hacia el sur. Siempre con la confianza de sentirme arropado por el compañero que avanzaba delante, por el que cerraba la fila.
Hasta que me vi de nuevo alzando el puño contra la intolerancia, solidarizándome con aquellos que juzgaron, militares de sable ligero, y condenaban en Burgos, por osar poner en juicio, el verdadero, a los dueños de nuestra existencia. En Lemoiz, en la Bárdena, un 3 de marzo de Gasteiz, un 12 de enero en Bilbao. Hombres y mujeres con los que caminé, hombro con hombro, hacia el futuro. Con los que compartí el pasado de los suyos y el de los míos. El mismo.
Fue, es, una caminata larga. Cargada de intenciones y coloreada por el fragor de la contienda. Con estaciones de destino y de partida. En las que se unían compañeras y compañeros con la ilusión intacta. En las que descendían otros, exhaustos. Un viaje sin comienzo ni meta, porque el viaje mismo se cobraba el objetivo. Un trayecto que no ha hecho sino comenzar para nuestros descendientes a los que dejamos un legado y un testigo. Una memoria identitaria.

Políticos presos

El antiguo corregidor vascongado, similar al virrey navarro, hoy eufemísticamente llamado delegado del Gobierno, pone a menudo en bandeja el análisis de la estrategia de Moncloa y Zarzuela en nuestro suelo. Es de agradecer su franqueza. Sabemos que como gobernador que se precia, gusta de aparentar con su Porsche Cayenne, mismo modelo con el que sufrió un accidente en Baqueira el borbón por alianza, el hoy imputado Iñaki Urdangarin. Los ricos si no aparentan son menos ricos.
La verborrea de Carlos Urquijo es legendaria, pero no objetivo de este artículo. Perlas del estilo de cuando accedió al cargo, “no permitiré bromas sobre la unidad de España”, han sido superadas con locuciones de lo más diversas. Las conocen de sobra. La última ha llenado las portadas de los diarios: “Hablar de presos políticos puede llevar a la ilegalización de un partido”.
Parece que el tema semántico también es frente de guerra para aquellos a los que Urquijo representa, empeñados en vestirse con piel de cordero y dejar al resto la dermis lobezna. No deja de tener su gracia que la dirección de la Policía lance una orden en términos de “dejará de llamarse ´escrache´ pasando a ser denominado con la acepción castellana correspondiente (acoso, amenazas, coacciones, etcétera)”. Escrache es precisamente palabra castellana, usada en Argentina para denunciar las acciones contra la impunidad de la dictadura militar.
No quiero desviarme. El anterior ha sido apenas un ejemplo de ese ambiente esquizofrénico en el que su mueven los colegas de Urquijo. Tal y como el rey Luis XIV señalaba, “el Estado soy yo”, los actuales gobernantes han acuñado lo de “la democracia soy yo”. El resto, ya lo han intuido, somos ETA. Incluso el probable sucesor de Rubalcaba, Eduardo Madina al que astutamente ha identificado el director del diario vasco-madrileño de Vocento como un infiltrado entre los últimos mohicanos leales al rey. El estilo Urquijo abruma.
La penúltima del corregidor, como muchas de sus soflamas, ha ido en tono amenazante. ¿Para que está un corregidor sino para amenazar? La ya señalada frase sobre los presos políticos. Una afirmación que, personalmente, me ha generado una pregunta, que quiero compartirla.
¿A quién se refiere Urquijo como susceptible de ilegalización?
Antes, una matización. La denominación oficial de los presos políticos vascos (término este anterior utilizado por el grupo Etxerat y numerosos agentes políticos y sociales) es la de “presos etarras”, un gentilicio mal aplicado. Mal empleado porque nadie nace siendo militante de ETA o preso de ETA, expresión ésta utilizada en los debates que llevaron al Congreso español en mayo de 2005 a autorizar y a promover el diálogo con la organización vasca.
El libro de estilo progubernamental no utiliza la voz “preso terrorista”, aunque la posibilidad ahí se mantiene. Quizás por eso de que, como dijo en cierta ocasión Jesús Mari Zabarte, preso desde 1984, era un “militante de ETA en paro”. Los terroristas son reconocidos en el Código Penal de EEUU como políticos: “Violencia premeditada y con motivos políticos perpetrada contra objetivos civiles por grupos subnacionales o agentes clandestinos”.
No deja de ser curioso que la percepción de ETA, al otro lado del Atlántico y siguiendo su Código Penal, sería diferente, a pesar de la alineación de Washington con los sectores más retrógrados de la política española y francesa. Entre las 833 victimas mortales causados por organizaciones vascas (758 por ETA), un total de 110 eran civiles. Sus autores, según EEUU, terroristas. Unos y otros, terroristas o no, cuando adquirieran la condición de presidiarios, serían considerados “presos políticos”.
Quizás no viene al caso, pero por completar el mapa, la violencia del Estado, que tiene el monopolio de la misma según Max Weber, y en España es aplaudida e impune desde los Reyes Católicos, ha generado 310 víctimas mortales vascas, civiles, en los años de existencia de ETA. Tres centenares de hombres y mujeres que no tenían relación con grupos armados.
El filósofo francés Jacques Derrida escribió que “las victimas del terrorismo son siempre victimas civiles”. Derrida ha pasado a la posteridad, precisamente, por su “deconstrucción”, es decir la crítica, análisis y revisión de las palabras y sus conceptos. El apoyo a la causa de Mumia Abu-Jamal, detenido en 1981 y por cierto citado como preso político por Noam Chomsky o Günter Grass a pesar de, según sentencia, haber matado a un policía, hubiera convertido a Derrida en la España de Urquijo en un nuevo “etarra”. Por ahí va la investigación policial, probablemente, cuando apunta a una campaña de captación de nuevos militantes de ETA.
Ya sabemos que el lenguaje tiene su trampa, no sólo por Derrida y el citado Chomsky. En 1998, el entonces presidente José María Aznar apuntó a contactos con el entorno del MLNV, Movimiento de Liberación Nacional Vasco. Tupamaros, vietnamitas, argelinos, incluso albaneses en la Segunda Guerra mundial o el propio Lázaro Cárdenas en el México actual han formado parte de movimientos de liberación. Motivos, evidentemente, políticos.
Aznar jugó entonces con un concepto acuñado por él mismo: “paz por presos”. No eran entonces los vascos etarras, ni siquiera los terroristas de Robespierre que había cortado la cabeza al Capeto al inicio de la Primera República francesa. Ahora, según también resolución del Congreso español en junio de 1999, la situación de los presos, a secas, sería “consensuada, dinámica y flexible, acorde con el fin de la violencia”.
Vuelvo a mi pregunta. ¿A quién se refiere Urquijo?
El entonces portavoz del PNV, Joseba Egibar, hizo unas aclaratorias declaraciones en noviembre de 1995: “La dispersión es ilegal y los ciudadanos encarcelados por su relación con ETA son presos políticos”. Atutxa, aunque parezca mentira, hizo unas declaraciones similares. Vista la retroactividad en el castigo a las acciones punitivas (Tribunal Supremo 197/2006), ¿se referirá Urquijo al PNV?
La Alternativa KAS, motivo de discusión durante tres décadas, y manifiesto editado por centenares de medios decía exactamente: “La amnistía política entendida como la puesta en libertad de todos los presos políticos con sus derechos civiles y el libre regreso de todos los exiliados en las mismas condiciones jurídicas”. Martín Villa, Andrés Cassinello, Txiki Benegas, Jesús Egiguren, Xabier Arzalluz, Martí Fluxá, Miguel Sanz, Felipe González… se movieron en sus contactos con esas referencias, precisamente, “presos políticos”. ¿Serán ilegalizados? ¿Imputados?
Hace unos años, justificando la dispersión, el alma mater del sector cavernícola (no me refiero al mito de Platón sino al término al uso para designar a la derecha ultramontana), del que Urquijo hace gala pertenecer, fue tan directo como acostumbra. Sin percibir, quizás, que el lenguaje es traicionero, porque las palabras quedan grabadas y la mentira se hace evidente. Jaime Mayor Oreja intentaba justificar la dispersión de los presos vascos: “No son unos simples reclusos y eso exige un tratamiento político singular”.
El razonamiento deductivo de Aristóteles, 2.300 años después, sigue siendo igual de contundente. En la medida que los presos vascos reciben un tratamiento político, obvio para quienes seguimos la crónica de este país, su condición es política. ¿O es que en el paroxismo de la necedad Mayor Oreja también es susceptible de perder su escaño en el Parlamento europeo por connivencia con el MLNV?
Durante 55 años, los penados vascos ha sido tratados y citados como presos políticos. En Liberation, Le Monde, The Guardian o Washington Post. Por boletines de Amnesty Inernational, UGT, PNV y diversas comisiones de DDHH y Cruz Roja. Varios obispos criticaron su actividad, pero reconocieron el fondo político de su lucha. La agrupación de los presos vascos en Herrera de la Mancha obedeció a criterios políticos, tal y como su dispersión por decenas de cárceles españolas y francesas. De nuevo el razonamiento deductivo. ¿Medidas políticas para apolíticos? Ja.
En entrevista concedida a Gara el 11 de noviembre de 2011, ETA señalaba que “No había sido jamás un mero grupo armado de naturaleza política, sino una organización política que en un momento histórico decidió practicar la lucha armada”. La lógica ha sido compartida por unos y otros, aliados, contrarios, enemigos, asociaciones de víctimas, ministros y dirigentes políticos. Por ello, tras estas reflexiones y por si sirve de algo en este panorama confuso y bélico del lenguaje, quizás sería más adecuado hablar de “políticos presos” más que de “presos políticos”.

Kutxako Batzar Nagusian Nahikariaren alde irakurri nuena

Iturbe Jauna

1. Aldez aurretik gogo bat aipatu nahi nuke. Nahi nizuke.

LAB sindikatuak ekainean egingo ditu hiru urte eskaera oso zehatza egin zizula. Egin genizula. Frankismo gorrian Kutxako 65 langile, gutxienez, kaleratuak izan zirela. Arrazaoi politikoengatik. Separatistak, gorriak, sindikalistak, abertzaleak. Errekonozimendua eskatzen genuen. Omenaldi xume bat. Oroimena. Orain dela aste bete Donostiako Udalean egon nintzen. Alderdi guztiek, bai guztiek, omendu zituzten frankismoaren garaian arrazoi berdinengatik, politikoak hain zuzen ere, kaleratuak izan ziren funtzionarioak. 800 bat. Inbidia sentitu nuen. Foru Aldunidiak antzeko omenaldia egin zuen orain dela 4 urte. Inbidia berriz. Askotan salatu dugu Kutxako langileak bigarren mailako langileak ari garela izaten. Bistan da aurrekoak ere.

Oraindik ez dugu zure erantzuna jaso. Zarata pixka bat egin dugu azken aste hauetan horren inguruan eta zure langile batek erantzun digu. Proposamen bat helarazi digu. Baina zure erantzuna 3 urte daramagu itxaroten.

Gaur, ziur asko ez zera ohartuko, neska gazte bat falta da batzarkideen artean. Gure artean. Donostiako udalak izendatu zuen Batzar Nagusirako. Nahikari du izena. Nahikari Otaegi. Zure amaren abeizen berdina. Baiana ez zarete senideak. Nahikariren aita Goiazekoa baita.

Astelehenean, Espainiako Auzitegi Gorenak Nahikari zirgortu du. Espetxera bidali du sei urterako. Sei. Ez du lapurtu, ez ditu lagunak harekin lanean jarri. Ez du inor zauritu. Ez du kutxazain erre. Oso gaztea da Nahikari, baina ama da. Bi seme-alaba ditu. Ama izateaz gain, politikagintzan aritzen zen. Segi erakundean. Horregatik izan da kondenatua. Herri-politika egitearren.

Beste batzuk ordea, beste politika mota egiten dute. Ekonomikoa deitzen diote. Baina guk badakigu espekulatiboa dela. Korruptoa askotan. Finantza mailan asko dira hortan aritzen direnak. Nafarroako ohiartzuna izugarria da. Dietak eten gabe, soldata erraldoiak, haundikeriak. Gizon-emakume arrunten aurrezkiarekin jolastuz. Espainiatik datorren ohiartzunak min egiten digu belarrietan. Gertukoak ere. Libre daude lapur guzti horiek. Politiko, komatxoen artean, horiek. Espainiako justizia ez da bidegabekoa. Ez da zuzena.

Kaleratutako langileak nahi nituen oroitu.

Nahikari nahi nuen oroitu. Besarkatu ere. Batzarkidea delako. Injustizia batek sei urterako zigortu duelako. Sistema hau injustoa delako.

Oroitu nahi nuen, Nahikari laguna bereziki.

Lecciones de solidaridad

Durante un par de semanas, los vecinos de Donostia hemos podido asistir a un hecho sorprendente en esta decadente sociedad europea que nos acompaña cada mañana. En el Boulevard, nombre pretencioso para un espacio que hace cerca de cien años quiso asemejarse a las avenidas parisinas y a su glamour aristocrático, se ha levantado un “Aske gunea”, algo así como un territorio libre. Solidario para más señas.
Llama la atención que, junto a la sobriedad del antiguo Casino, bajo la sombra de un kiosco erigido para amenizar la melancolía de la reina Cristina y sobre un parking que trituró los restos de la antigua muralla, se haya constituido una comunidad que aspira a la revolución, una tribu navajo en sus afectos, un grupo acholi ugandés en su afición a la danza.
No rompe, sin embargo, con la historia. Apenas unos metros hacia el Cantábrico, las huellas de la batalla contra el fascismo, decenas de agujeros en la arenisca de las paredes municipales. La esquina, también, en la que Iñaki Kijera murió, apenas con 18 años, por el disparo de un verdugo de uniforme, cuando protestaba, paradojas hasta en la muerte, por la actividad parapolicial exterminadora en Iparralde.
El objeto de la iniciativa actual estaba relacionado con un motivo de adhesión. En este Estado gobernado por bribones y corruptos, se puede robar al por mayor, matar siendo agente de la autoridad, cazar elefantes sin más licencia que la divina, engañar a decenas de miles de jubilados con bonos preferenciales, incluso colocar a los amigos en las instituciones y consejos de administración. Con impunidad. Pero no se puede pelear contra la injusticia, meter el dedo en el ojo canallesco.
Ocho jóvenes donostiarras han sido condenados a seis años de prisión por hacer política. De la de verdad. Popular, sin lucro. Sin cámaras, ni flashes. El Supremo español les ha enviado a prisión, ajustándose, dicen, a la legalidad vigente. Una legalidad injusta. No han sido los primeros y, probablemente, tampoco serán los últimos. España se jacta de tener entre rejas a directores de diarios, militantes a favor de la amnistía, asociados de partidos y sindicatos, disidentes en general. Para honra de su marca internacional.
La solidaridad con los jóvenes, cuyo futuro inmediato ha sido cercenado, ha mostrado, aquí también, un país diferente. Aske gunea se ha convertido en un lugar gestionado por jóvenes, en su mayoría, con el apoyo de mayores y foráneos. El fin del escenario estaba señalado, su detención, pero aún así el apoyo no ha decaído.
Durante días, unos y otros han ido inundando las mesas de pan, vino y libertad. De libros y de café. De versos desde el escenario, de abrazos interminables desde las escaleras, de besos al anochecer en esta primavera que va exagerando los jardines de colores. A primeras horas, un grupo de amigos, a veces desconocidos, acompañaba a los jóvenes desde sus casas al escenario libre. Por la noche, la vuelta.
Decía la ex sandinista Gioconda Belli que la “solidaridad es la “ternura de los pueblos”. Siempre me ha parecido una expresión pasmada. Aprovecho este hueco temporal para mi reflexión. Mario Benedetti escribió, en cambio, en un juego de palabras un tanto ajustado, aquella nueva explicación para el SIDA: Síndrome de Insolidaridad Dócilmente Adquirida. Me quedo, por despecho, con esta idea, que se acerca más a la realidad de esta sociedad decadente europea que a la perfumada de Belli.
Hay, a pesar, excepciones. Y la nuestra, nuestro país, nuestra juventud, es una de ellas. Aske gunea ha sido un oasis en medio de desierto que nos proponen los jinetes azules. Un alivio porque ha mostrado que no sólo los espacios geográficos pueden ser liberados sino lo que es más importante, que las mentes pueden ser territorios libres.
No quiero mecerme en historias viejas, porque la lección de solidaridad ha sido reciente. Está viva. No puedo evitarlo, en cambio, la pluma se desliza hacia la comparación de nuestra juventud con otras anteriores. De compromiso. De solidaridad. Hacia las ofertas que nos llegaban desde aquellos pioneros, por utilizar la expresión de un ya desaparecido poeta zuberotarra.
Me sugieren decenas de nombres que pusieron al servicio de la causa lo que Txabi Etxebarrieta apuntaba como única posesión realmente efectiva de cada uno, la vida. Apenas había cumplido Txabi 23 años cuando mató y murió en una emboscada. Con un libro de poemas de Neruda en el bolsillo: “He dejado en la puerta de muchos desconocidos, de muchos prisioneros, de muchos solitarios, de muchos perseguidos, mis palabras”.
Evito, sin embargo, acercarme al calor de las letras que componen sus nombres, ni siquiera el alias con sus amigos. Una gran pesadumbre me abraza en los días más aciagos. La sensación de que jamás lograré rescatar del olvido la extraordinaria fuerza de hombres y mujeres que lucharon, como nuestros jóvenes de hoy, por una sociedad justa. Que lo dieron todo para abrir un camino aún sin desbrozar. Queda, por tanto, seguir los renglones.
Atisbo, en medio de esa niebla que se desliza desde Igeldo y queda atrapada en los muelles a la vera de Urgull, algunas gestas a las que la crónica oficial desdeña. Los muertos no importan, sobran, acaba de sentenciar un catedrático de Historia, participe del anterior Gobierno autonómico de Patxi López. Añade que la memoria está ganando la batalla a la historia. Y eso parece un desmérito para ese Estado inalterable que permite la continuidad de los banqueros al frente de los parlamentos.
Me duelen en el alma Joseph Abeberry, alcalde de Ziburu, y Léon Lannepouquet, alcalde de Hendaia, detenidos en junio de 1944. Conocían los pasos de la Gestapo tras ellos. También las amenazas. Si huían la daga caería sobres sus familias. Y ambos, junto a una veintena de compañeros, decidieron solidarizarse con los suyos. Se mantuvieron firmes hasta que sus casas fueron allanadas de madrugada, y no por el lechero precisamente. Todos ellos murieron en campos de exterminio, entre ellos Abeberry en Mauthausen y Lannepouquet en Dachau.
El inevitable recurso al pasado agranda el presente. Se podrán poner ejemplos puntuales en Europa, se nos podrá decir que no somos el centro del universo, que el asfalto agrieta la juventud y la quinta glaciación amenaza desde la modernidad. He convivido en las comunas de Christiania en Copenhague, he debatido sobre modelos en Val Susa junto a los solidarios italianos contrarios al monstruo ferroviario, he amanecido discutiendo sobre autogestión con ocupas en Hamburgo. Mi curiosidad me llevó a la Puerta del Sol en la partida de la marcha del 15M a Bruselas.
Pero, como habría señalado Pierre Loti, ha sido en casa donde he aspirado el salitre rebelde. Donde he reconocido la fuerza del compromiso. Me he sentido parte de un proyecto solidario. Un proyecto político que nada tiene que ver con angustias existenciales, ni con los huecos de fin de semana ayudados por pastillas homeopáticas.
La solidaridad con los jóvenes donostiarras, la solidaridad de los jóvenes donostiarras, encierra ese plus que jamás van a poder entender quienes enlatan la vida en un proceso darwinista e inevitable. Aquí estamos, justamente, para cambiar la naturaleza injusta de las cosas, la injusta naturaleza misma.
Esa es precisamente la esencia de la rebelión, la semilla revolucionaria. Por eso, por ello, el horror del enemigo, la manipulación de los dueños de los medios que abren portadas e informativos destacando la insolencia juvenil. Defienden sus posiciones como lo han hecho desde siempre, con el dinero, el derecho a pernada y un ejército (pongan o quiten la mayúscula) de vasallos.
Sé que no es un consuelo, que las noches son muy largas y que la juventud arde entre los barrotes. Pero seguiremos siendo solidarios con estos ocho compañeras y compañeros. Allá donde estén. Allá donde los trasladen. Con un hermoso y solidario abrazo del tamaño de los objetivos por los que luchan. De la extensión de la propia juventud. Porque, como diría Camus, atrás quedaron los tiempos de la nostalgia, atrás la inocencia. Y es que la lección de nuestra juventud sólo nos puede hacer cada vez más ambiciosos.

Caligrafia etnica

Hace unos años, cuando pasaba mañanas enteras consultando las fichas de Instituciones Penitenciarias de hace más de medio siglo depositadas en el Archivo General de la Administración, hubo, la verdad, muchísimas notas que llamaron mi atención. Alguna de ellas sobremanera. La vida se descubre con mayor celeridad en los agujeros que en los campos de margaritas.
Recuerdo, especialmente, la ficha de un joven de Gasteiz que había desertado del servicio militar. Detenido semanas después, fue encarcelado. Un supongo gris funcionario de prisiones se encargó de tramitar su expediente. Escribió, a mano, su dirección, los nombres de sus padres, la fecha de su nacimiento… hasta que llegó al apartado del “oficio”. Entonces, el diligente funcionario rellenó con trazo firme: “gitano”.
Perdí aquel recuerdo, entre centenares de evocaciones similares, cercanas a la necedad absoluta, hasta que hace unas semanas me volvió la imagen del gitano por oficio al asistir a un juicio en París en el que se juzgaba a diez militantes vascos por el robo de una furgoneta para cargarla de explosivos. No había gitanos de por medio, pero sí una especie de fragor que flotaba en el ambiente, un rumor inexplicable.
La sensación se confirmó de inmediato cuando apareció en el estrado una experta de la policía francesa, no se si de la judicial, de la científica o de la cuartelera. No me quedé ni con su nombre, ni con su procedencia, únicamente que el fiscal la había citado para avalar sus tesis sobre la naturaleza de los procesados. Había sido una mañana tediosa, repleta de videoconferencias, por lo que los que llenábamos los bancos del público agradecimos una intervención de carne y hueso.
Analizaba en peritaje la dicha funcionaria unos escritos que habían aparecido en una vivienda, según la sentencia posterior, utilizada por los miembros de ETA juzgados. Letras, apuntes y compras para la cocina, cartas y varias fórmulas para componer explosivos. Excepto la última lista, nada nuevo.
Y concluía, ante el estupor de los allí presentes que entendíamos la lengua francesa, que había distinguido de inmediato los rasgos de la escritura de esos papeles sobre explosivos como pertenecientes y garabateados por ciudadanos vascos. Ante las preguntas posteriores de la abogada de la defensa, la perito reconoció que no tenía ni remota idea de euskara, aunque sí sabía algo de español. Que lo distinguía en una conversación. Tampoco era ducha, lo evocó con un tono de sobresalto, en mezclas de nitratos con abonos y azufres para lograr mezclas explosivas.
La señora, o señorita, señaló que existe una concluyente caligrafía étnica que delata la procedencia de los escritores, tanto aficionados como profesionales. Y que, dentro de esa categoría que obviamente forma la vasca, para lo que no es necesario conocer el idioma, el truco está en nuestra singularidad a la hora de trazar la A y la L. Sí, AL. Parece que somos únicos en el mundo al garabatear esas dos letras.
Créanme si les digo que, en medio de la sorpresa, certifico que colectiva para que no parezca una apreciación personal, tuve la extraña fantasía de que a continuación la perito iba a referirse a ETA como AL Kaeda. Con la AL singular vasca y la K posterior, también vasca. Pero no fue así. Ya se sabe que la imaginación nos reserva insólitas jugadas, nada que ver con la realidad. Y esta ocasión fue una más de ellas. La noche previa en vela, en viaje por carretera a París, aguzó sin duda mi imaginario.
La referencia a la caligrafía étnica de la perito policial me llevó a una reflexión que, poco a poco, se ha ido agrandando, al recibir en las últimas semanas un bombardeo sostenido sobre la procedencia de la disidencia en España, y en menor medida, en Euskal Herria. Digo lo de menor medida porque aquí ya estábamos acostumbrados.
Decían que a la apertura de la llamada Transición, España logró una especie de consenso por el que se borraba el pasado, comenzando su trayectoria política de cero. La Reforma. Pactos con partidos antes republicanos, con sindicatos, con agentes de distintas casas para crear una nueva Disneylandia al sur de Europa. “Todo er mundo e güeno” llevó a la pantalla Manuel Summers, un director de cine forjado en el franquista ABC.
Hasta entonces, durante décadas, los rojo-separatistas habían sido el mal marcado, junto a judeo-masónicos, Moscú y nombres que ahora ya casi ni recuerdo. El acuerdo, la conciliación de la Transición, se llevó al baúl del olvido todo aquello. Los partidos y sindicatos antiguamente republicanos, en especial el PCE y el PSOE, hicieron la labor que correspondía, paradójicamente, a la derecha. Acabar con la disidencia, olvidar los sueños, criminalizar las alternativas.
La única disidencia estatal, entendida de forma integral, se daba en Euskal Herria. Y dentro del país, ETA era la punta de lanza que dejaba al descubierto las vergüenzas del Acuerdo Nacional. La existencia de un sector notable del pueblo vasco que no aceptaba las reglas del juego consensuadas (Estatuto de Moncloa, Amejoramiento Foral, OTAN, Maastricht…) era notoria.
Los vascos eran el enemigo de esa España aletargada. Metían el dedo en la llaga. Fracasaron, sin embargo, los proyectos de sumisión. Se volvieron, en consecuencia, a las viejas recetas. Si la disidencia estaba perfectamente enfocada en ETA, todo lo disidente sería ETA. Primero KAS. ¿Recuerdan a Garzón cuando empezó con aquello de KASETA?
Luego el pozo se amplió. Todo era ETA, desde la prensa en euskara (Egunkaria), la crítica con el poder (Egin), la de investigación (Kalegorria), hasta la alfabetización de los vascos (AEK) pasando por la juventud (Jarrai), los proyectos de desobediencia civil (Zumalabe), el movimiento proamnistía (GGAA)… Cuarenta mil contaminados en listas. Pero no solo ellos, también Eroski, el Grupo Mondragón, Caja Laboral, Irakasle Eskola, Athletic. Todo era ETA, hasta el PNV y la Iglesia Católica cayeron en las redes. Hoy, todavía, los alardes pro-etarras están a la orden del día. En Gipuzkoa, en Navarra, en la calle, en las instituciones, en el deporte.
Llegó a España un cambio generacional y el desgaste de los que habían animado la idea de Summers. El “Espíritu de la Transición” se tambaleó sin que los amos de siempre, los que nunca han dejado de gobernar desde la sombra o desde el púlpito, pudieran identificar a su enemigo. Les ha costado un poco.
La labor parece haber sido sencilla. No todos los españoles iban a ser vascos, así que por definición, la disidencia apuntada en las dos ultimas décadas para ETA se trasladaba a la disidencia española. No tiene gracia. Decenas de compañeras y compañeros sufren en prisión las consecuencias del “todo es ETA” y militantes de verdad de ETA, voluntarios en la confrontación, pagan con la venganza de la dispersión y de la Sentencia 197/2006.
Así, ahora resulta que los okupas de Vallecas son de ETA, al igual que el movimiento contra los desahucios de Valencia, los antimilitaristas de Valladolid (¡qué paradoja!), los antimonárquicos de Sevilla, los ecologistas de Lugo, los ateos de León y las editoriales alternativas de Madrid. El “akelarre etarra” (Vocento es una fuente inagotable) recorre las tierras de España como las cantaba Antonio Machado.
“Si me muero, que me muera con la cabeza bien alta”, versaba Miguel Hernández en aquel poema inolvidable “Vientos del pueblo me llevan”. Y esa es la cuestión. No quiero abusar del poeta de Orihuela, pero traigo también aquella su estrofa: “castiga a quien te malhiere mientras que te queden puños”. Quienes lucharon fueron estigmatizados y los estigmatizados criminalizados. Todo es ETA. Todo lo que se sale del pentagrama diseñado.
Cantando a Machado y a Hernández, fuimos frutos de vientres pobres o combatientes contra la injusticia. Somos milicianos de la lengua marginada, trabajadores de futuro y solidarios contra la tristeza. Amigos de la verdad, braceros de la igualdad, defensores de nuestra casa, restauradores de la memoria. Por ello llaman “etarras” a los disidentes. Por eso nacimos gitanos de oficio, vascos por la caligrafía.